Vivo en una ciudad estudiantil, donde tan solo la universidad veracruzana cuenta con unos treinta mil estudiantes. Xalapa es, por tanto, una ciudad juvenil. Juventud y estudiantes son fiesta, festivales, convivencia, arte y deporte, entre tantas actividades de reunión. Somos una población donde la cuota mayor de alegría la pone su juventud. El Covid vino a limitar y posponer las reuniones, la convivencia y todo tipo de celebraciones. Las semanas del estudiante, las bienvenidas escolares y las graduaciones se han dejado de realizar. Todo eso supone afectaciones económicas de gran tamaño. Imaginemos lo que significa para dueños de salones, banqueteros, meseros, músicos, impresores, vigilantes, etc., la falta de celebraciones escolares. Es una catástrofe. Pero los peores efectos son emocionales. Somos más tristes a partir de la pandemia. Hemos dejado de hacer muchas actividades básicas e indispensables en la convivencia personal, lo que nos hace más humanos. No hay besos en la boca, mejilla o frente. Enamorados, abuelos y parientes de todo nivel se han tenido que abstener de un beso o un abrazo. El contacto es mínimo. Esa distancia nos resta afectos y golpea los sentimientos. Es triste. Por un año dejamos de ser público deportivo, de emocionarnos en vivo con nuestros equipos, de reclamar a los árbitros y de soñar con triunfos. Nos fuimos de las salas de teatro y música. Las bellas artes perdieron color. Descendimos escalones culturales. Hemos perdido un año en la formación de públicos, en la incorporación de las nuevas generaciones a la cultura viva.
Duele tanto lo que estamos pasando, y más por nuestra niñez y juventud. Habrá que estudiar más a fondo el fenómeno emocional colateral al de salud implícitos en el Covid. Urge salir de este aislamiento y pasar a la normalidad, nueva como se dice pero ya como actividad regular en la cotidianidad. Urge vacunar al setenta por ciento de la población lo más pronto posible, que dejen de manipular el proceso de vacunación. Por la salud en general pero más por la mental de nuestras nuevas generaciones. No se debe seguir viviendo así. Urge abrir las aulas, que se pueda reunir el estudiantado. Que convivan seguros pero que convivan, que interactúen y vuelvan a abrazarse, a festejar, a divertirse, a disfrutar de la vida y tengan alegrías,
Pasará un tiempo de regular alcance para volver a la normalidad, tal vez sea irrecuperable la tranquilidad arrebatada por el Coronavirus. Los daños se podrán reparar en alguna medida siempre y cuando lo mas pronto posible funcione la vida pública de nuestra sociedad. Iremos a los campos deportivos, llenaremos las salas de teatro y música, volveremos a los salones de fiestas, a las albercas y playas, completaremos cafés y bares, recurriremos con confianza a los templos y las aulas serán el espacio jubiloso del reencuentro de nuestras niñez y juventud. Ahorita suena a sueño, en unos meses puede ser realidad. La meta inmediata tiene que ser la de acabar con el sufrimiento y la tristeza. Si algo aprendimos en esta crisis es la falta de certezas y sobre nuestra fragilidad. Por tanto, a gusto o no, conscientes o no, con buenos propósitos o no, seremos diferentes. Es imposible que estos tiempos oscuros no dejen huella en nosotros, más o menos. Habrá quien amnésico o soberbio pretenda que no ha pasado nada y que puede seguir con su vida, sin reflexión y autocrítica. No lo va a lograr. Son tiempos de humildad y conciencia comunitaria. Estamos marcados por la enfermedad y la muerte, por las necesidades materiales y económicas, por el encierro y la falta de libertad. De esta experiencia no surgirán los hombres y mujeres nuevas pero si generaciones mejores, sin duda. Habrá más compromiso social, más afecto personal, más acercamientos familiares, más abrazos, más besos, más cuidados y toda una revalorización de la vida como colectivo y como individuos.
Recadito: suena mejor la expresión Alcaldía que presidencia municipal .