¿Acaso quiere morir?
Una sorda versión recorre los mentideros políticos, los pasillos de Palacio Nacional y entre la opinión pública nacional en el sentido de que para trascender en la historia al estilo Benito Juárez y Francisco I. Madero y darle sentido a la Cuarta Transformación, hay que cambiar la vida por la muerte.
Esos repetidos lances de Andrés Manuel López Obrador de alternar con las multitudes –ahora con más fruición en el marco de la pandemia-, andar como chapulín de un lado a otro en aviones comerciales y transportes terrestres sin la más mínima seguridad sanitaria ni personal.
Despierta sospechas ese insistir de manera por demás irresponsable por estar cerca de la gente y políticos con presuntos problemas de coronavirus ¿acaso los gobernadores de Hidalgo y Tabasco, auto declarados con el contagio, son sus alcahuetes?
Censurable eso de besuquear a cuanta mujer y menores de edad encuentra a su paso; saludar de mano a decenas de personas en inacabadas giras y no reservarse de manera prudente hasta no constatar eventuales posibilidades de contagio y enfermedad de muerte.
No más balandronadas del ¡Detente! mostrando fetiches religiosos o sostener que exterminando la corrupción se acaba el mal.
Debe llegar a su fin su tozuda actitud de no permitir le tomen la temperatura ni higienizarse las manos o llamar a la población a visitar las fonditas y restaurantes.
No más giras de nada, menos dar lugar a una presunta complicidad al ir a Badiraguato, Sinaloa a saludar a la madre de Joaquín “El Chapo” Guzmán en el marco del “cumple” de Ovidio, hijo del narcotraficante.
Todo ello solo deja la percepción de un mañoso juego político de quien, luego de 20 años de lucha social abrazado a la izquierda tras abandonar al PRI, no sabe qué hacer con la Presidencia de la República.
De ahí que desde el arranque de su administración siguiera en campaña, sin escoltas, desapareciendo el Estado Mayor Presidencial y a la Policía Federal, expuesto a cualquier agresión, “el pueblo me defiende”, montado en un Volkswagen de uso que terminó abandonando por lo ridículo y poco creíble que se veía.
López Obrador insiste en que luego de Juárez, Hidalgo y Cárdenas, él es el cuarto, el autonombrado de la Cuarta Transformación, el que arrebató la Presidencia a los “fifís” y conservadores.
De hecho y en esa dialéctica ¿Para qué le sirve gobernar? ¿Para qué el poder si ya se lo arrebató a la “Mafia del Poder”, aunque en los hechos ni Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, ni Peña Nieto estén en la cárcel?
El punto es saber bien a bien que si un hombre de su edad, con problemas de presión y cardiacos –ya sufrió un infarto- resistirá el trajín en el que está montado o solo anda en busca de reventar la máquina y quedarse en el camino como héroe.
Con evidente obesidad, un tren de trabajo de 18 horas diarias y expuesto al jaloneo social que le da estar tomando decisiones que afectan a 130 millones de mexicanos ¿Podrá mantenerse, ya no digamos vigente, sino con vida los siguientes cinco años de gobierno?
¿Acaso lo que en realidad busca es escaparse por la puerta falsa para poder trascender?
Si en 15 meses de gobierno no ha podido sacar adelante al país acrecentado la miseria, destruyendo la economía, devaluando moneda y dividiendo al país –como sucedió en la época de la Reforma en esa interminable lucha de liberales contra conservadores-, qué va a pasar el resto del sexenio.
Si en lo que va de su gestión su popularidad se ha caído hasta alcanzar el 49 por ciento –casi 65 millones de mexicanos no aceptan sus políticas ni forma de gobierno- ¿es posible que trascienda como Juárez, Madero y Cárdenas sin que tenga que ofrendar su vida?
Para no pocos el juego de poder y la estrategia pejista, son claras.
López Obrador es capaz de inventar que tiene coronavirus, recluirse en un hospital militar y desde ahí, postrado, pero con la lengua suelta, llamar al patriotismo, a su liderazgo y eterna condena a sus “adversarios” y la prensa vendida.
Sus estrategas publicitarios, porque insistimos López Obrador, sigue en campaña le han aconsejado lo que dice el manual de propaganda de que un líder que no despierta emociones a su pueblo no es líder.
¿Acaso López Obrador, como el dictador Santa Anna, es capaz de dejarse cortar una pierna y hacerla desfilar por pueblos y ciudades rindiéndole culto en homenajes públicos?
Son pues, días de sospechosismo.
Del 4 de marzo para acá; del “hay que abrazarse, no pasa nada” al 14 del mismo mes en que besó y mordió a una niña, a la declaración de que “el Presidente no es una fuerza de contagio” han sucedido muchas cosas digamos raras.
Particularmente del domingo anterior a este lunes en que la autoridad federal, excepción hecha del Presidente López Obrador, entró en una escalada alarmista de “¡No salgas de tu casa!”, un tufillo se cierne en torno al siguiente paso político de AMLO.
Con una vida tan convulsa como la que ha llevado desde su adolescencia salpicada por las muertes de su hermano y un amigo muy cercano, el fallecimiento de su primera esposa y el eterno rechazo que le dispensaron cinco gobiernos federales y estatales, hoy triunfador no acepta que una lucha de 60 años se vaya en un puñado de meses por el excusado del baño.
Algo está por suceder.
Ojalá no sea nada que ponga el riesgo su vida y que todo quede en un simple contagio que nos remita a las palabras del propio AMLO cuando siendo presidente Enrique Peña Nieto le escribió en 2014: “Existe un rumor de que EPN está enfermo. Ni lo creo ni lo deseo. Pero es una buena salida para su renuncia por su evidente incapacidad”.
Esa sentencia, en tiempos de coronavirus, le queda como anillo al dedo.
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo