En su visita a Xalapa este domingo, el Presidente López Obrador miró hacia el futuro y dijo que si se tienen gobernadores como Cuitláhuac García, “hay garantía de que se logrará la paz, el bienestar y la tranquilidad”. Lo que no dijo es como para cuándo llegarán esas tres bienaventuranzas a Veracruz porque ya urgen.
Aunque viéndolo bien y despacio, esas palabras no debió decirlas a los veracruzanos, sino a los delincuentes que al parecer ignoran que Cuitláhuac ya es gobernador y continúan bien violentos.
Durante la inauguración del Cuartel de la Guardia Nacional en Xalapa, el tabasqueño volvió a reiterar por enésima ocasión que Veracruz padeció por años a malos gobernantes (¿ahora ya no?). Y también por enésima ocasión repitió: “Ahora las cosas son distintas y tienen que ver mucho con el cambio de gobierno, con que hay un gobernador honesto como Cuitláhuac García”. Y el gobernador, que es bien penoso, no sabía dónde poner las manos ni dónde meter la cabeza.
“Antes se toleraba a la delincuencia y la gente padecía de mucha violencia y secuestro. Ahora ya no es así”, aseguró. Y hubieras visto lector, la cara que pusieron los xalapeños que lo escucharon.
Más adelante se sinceró y admitió que con esto de la pandemia “nos ha llovido sobre mojado”, pero de inmediato volvió a las andadas al manifestar que ya estamos saliendo de la crisis económica. “No hay que perder la fe porque vamos a salir adelante, porque nos estamos recuperando en lo económico y estamos aplicando una estrategia muy eficaz, es una fórmula milagrosa y sencilla de gobernar, que es no permitir la corrupción y la impunidad”.
Y ni cómo decirle que la crisis económica no es cuestión de fe, sino de trabajo e inversión. Inversión que no hay en el país.
Y en cuanto a la corrupción e impunidad no se acaban con pócimas milagrosas. Con tantita buena voluntad, pero sobre todo, haciendo cumplir la ley, la impunidad tiene remedio, no así la corrupción que la padecen todos los países del mundo y vivirá entre nosotros hasta el fin de los tiempos.
Hay naciones como Alemania, Japón o Dinamarca donde la corrupción es mínima (nada que ver con Venezuela, Haití o México), pero ahí está latente. Lo ideal es que el gobierno lleve a cabo una estrategia para inhibirla (que no lo ha hecho) y no quiera recurrir a la prestidigitación para acabarla.
Mal está Andrés Manuel si piensa que porque él no es corrupto, tampoco lo son la casi totalidad de quienes conforman el gabinete de Cuitláhuac García, sólo por poner un ejemplo. Pero más mal está si piensa que sacando un pañuelo blanco la corrupción se irá porque así lo ordena.
Alguien debería decirle que si no puede o no quiere acabar con la corrupción de sus familiares, menos podrá con los corruptos del país por muy grande que sea el poder metaconstitucional que se dio a sí mismo como Presidente.
El problema no es en sí la corrupción (que es gravísima en México), sino el prisma con el que López Obrador ve las cosas. Por ejemplo, dice que gracias a que Cuitláhuac es honesto en Veracruz ya no hay corrupción ni impunidad, la violencia va a la baja, los empleos florecen y la sociedad sonríe esperanzada porque ya se acercan la paz, el bienestar y la tranquilidad.
Y ante afirmaciones tan rotundas no queda más que decir; bienaventurados los veracruzanos porque son gobernados por Cuitláhuac García. Y porque si continúan la violencia y el COVID pronto verán a Dios.