“Tiene la noche un árbol.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
La literatura en esencia es el arte de emplear la palabra y principalmente la palabra escrita, a través de la literatura el ser humano ha expresado sentimientos, emociones, sensaciones, pasiones, certezas, dudas, y en general, hasta las personas que poco se han relacionado con la literatura saben que el valor de la palabra escrita es inestimable. Ahora bien, partiendo del valor invaluable del quehacer literario podríamos preguntarnos ¿Qué hace que determinada obra guste y provoque cierto interés en el lector? ¿Es la manera de narrar los hechos o son los hechos mismos los que nos interesan? ¿Los temas abordados deben ser exquisitos o muy universales para que tengan un alto valor literario? Como lector por ahora afirmaré que cada lectura causa diferentes reflexiones, análisis, emociones y compartiré la siguiente.
El nombre de Guadalupe Dueñas me era conocido y sabía que fue y será en la historia de la literatura mexicana una destacada e importante escritora del siglo XX, no obstante, tenía la tarea pendiente de conocer el contenido de su obra, para conmemorar el centenario de su nacimiento decidí tener mi primer acercamiento a su obra leyendo el libro de cuentos titulado: “Tiene la noche un árbol.” Cuando concluía cada cuento, algunos realmente me gustaron, otros no tanto, mis reflexiones consistían en responderme porque hechos y circunstancias tan personales, particulares, que pudieran parecer intrascendentes e indiferentes, una vez narradas en cuentos se convierten en lecturas exquisitas, vigentes, ¿Qué trascendencia pudiera tener narrar mi experiencia con un sapo?, mis recuerdos del servicio de correos, contarles alguna anécdota con mi tía ya sea Carlota, Juana, etc. La respuesta que encontré se las compartiré.
En el avanzar cotidiano de la rápida y rutinaria vida todo se va convirtiendo en recuerdos, con el paso de los años los recuerdos suelen confundirse, mezclarse, y al final diría Gabriel García Márquez en sus memorias: “Vivir para contarla” que: “La vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y como lo recuerda para contarla.” Sin embargo, hay algo más delicado, al llevar una vida entregada al trabajo, crear bienes, obtener beneficios, al ser personas obsesionadas por todos los bienes materiales, raramente nos sentamos a pensar tranquilamente sobre nuestro pasado, evolución, desarrollo, certezas y vacíos, difícilmente meditamos sobre nuestra infancia y nos preguntamos si somos las personas que realmente quisimos ser, nuestro pensamiento, concentración, está sólo en el presente y nos empeñamos en él y no desistimos porque estamos empecinados en conseguir la corona, esta puede ser una bella mujer, un gran empleo, una casa, un vehículo, y de pronto un hecho sucede en nuestras vidas que nos obliga a recular un poco y como estamos desconectados de nosotros mismos, el sentimiento de vacío, incertidumbre, fragilidad e incomprensión es terrible, todo porque no le hemos dado unidad a nuestra existencia, luego entonces, ¿Cómo encontrar la unidad?
De entrada, no hay respuestas únicas, ni mucho menos verdades, pero si puedo decir que existen opciones viables y muy recomendables, la literatura es una de ellas. Cuando leemos el cuento de Guadalupe Dueñas titulado: “La tía Carlota”, claramente sabemos que la historia narrada es autobiográfica, y si bien en el cuento conoceremos parte de la vida de Guadalupe Dueñas que implica su familia, sus orígenes, la relación con sus padres, el fuerte catolicismo impuesto y prácticamente del que fue víctima la escritora, es indudable que la sola lectura de este cuento nos lleva a nuestras propias experiencias de distintas etapas de nuestras vidas, ejemplo es que el cuento hizo que me acordara de mi tío “Dino” a quien recuerdo desde niño como un hombre agradable, ligero, libre, generoso, gran bailarín de guapango, hombre de palabra, cabal, rememoré que ya de grande iba a “Boca de la Sierra” y me invitaba a comer tortuga pinta, tomando unas frías y ricas caguamas, de mi tío “Dino”, hermano de mi papá Antonio, aprendí expresiones pintorescas que hoy en día a veces las utilizo voluntaria o involuntariamente, les platico una de ellas.
Me encontraba en Xalapa, Ver. en casa de unos amigos que nacieron en otro tipo de circunstancias económicas, sociales, geográficas, etc. la mayoría convivía con sus parejas, amigos, en lo personal me sentía cómodo pero cada quien estaba en su fiesta, recuerdo que casi todos esperaban que iniciara la pelea del “Canelo Álvarez”, como no me gusta el box no recuerdo con quien compitió el “Canelo”, mientras la ansiada batalla iniciaba platicábamos en grupos, Mauricio el anfitrión cambió un momento el canal de televisión y aparecieron en escena el entonces Presidente mexicano Enrique Peña Nieto y su entonces esposa y primera dama Angélica Rivera, al verlos mi primera impresión no fue recordar “la casa blanca”, “los 43 de Ayotzinapan”, eso ya lo tenía muy claro al resumir que todos son los mismos miserables, pero eso no evitó que de manera natural reconociera que la famosa artista lucia elegante, bella, con porte, y de manera natural sin estar completamente integrado en la convivencia e incluso con la presencia de distinguidas damas, al ver la imagen en la pantalla al instante expresé: “Mira que distinguida se ve, que elegante vestido rojo, va vestida de altopedorraje”.
El “altopedorraje” provocó carcajadas e hizo que la convivencia se integrara y como entre más pasaban las horas y chocábamos cristales, hasta las bellas y respetables damas pronunciaban “altopedorraje”, incluyendo palabras como “despeltrado”, “tocodutos”, etc. El cuento de Guadalupe Dueñas no sólo me hizo recordar a mi tío “Dino” como parte de un pasado inmediato o lejano, también recordé que él ya no es parte de este mundo y que deseando con todo el corazón que no sea pronto, sé que el final de mi padre también se acerca ya, y aunque reconozco que son reflexiones difíciles, duras, la realidad es que son inevitables y el tema insoslayable y lo único que podemos hacer es recordar como fue, ha sido y es nuestra vida, porque si aceptamos, comprendemos y reconocemos el ayer, este acto nos ayudará a vivir mejor el hoy, desde una visión personal así le he encontrado la unidad a mi existencia, una unidad con grandezas y pobrezas, dichas y tristezas, pero al final, eso es lo único que podemos narrar, contar, pensar, compartir, y si se hace con una prosa poética como la de Guadalupe Dueñas, creo que aquí ya hemos encontramos la respuesta a las preguntas iniciales del presente artículo:
¿Qué hace que determinada obra guste y provoque cierto interés en el lector? ¿Es la manera de narrar los hechos o son los hechos mismos los que nos interesan? ¿Los temas abordados deben ser exquisitos o muy universales para que tenga un alto valor literario?
Finalmente, si con Guadalupe Dueñas disfrutamos que la noche tiene un árbol, podemos concluir que nuestras vidas seguramente no tienen un cuento, sino muchos cuentos.
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