*Una vez en el poder, el sucesor (a) lo eliminara del mapa
*Ese lacayismo u origen ladino de nuestros políticos
NO ES que los políticos que ahora dicen: “si señor” a todo lo que les ordena el Presidente Andrés Manuel López Obrador lo hagan por convicción o estén convencidos de ello. Para nada. Una vez que alguno –de las cuatro corcholatas- sea Presidente de la República, simple y llanamente lo echarán al baúl de los recuerdos, y no faltará el osado que le encuentre sus yerros y los use para su propia legitimación y crecimiento. Asi ha sido siempre, pero no responde a un patrón definido, sino al detestable principio de ser “lacayo” en aras de obtener, alguna vez, el nombramiento de amo o señor. De acuerdo a la Real Academia Española, Lacayo es una especie de criado de librea cuya principal ocupación era acompañar a su amo en sus desplazamientos a caballo o en coche. También se le llamaba lacayo a cada uno de los dos soldados de a pie, armados de ballestas que solían acompañar a los caballeros en la guerra. Otra versión indica que Lacayo se deriva de la palabra árabe lakitsh que significa “el hijo de padres desconocidos”, del cual pasó al español con la forma de lacayo y, de este, al francés como laquais. Por otra parte, en una obra publicada en París en 1777, se dice que bajo el reinado de Enrique IV se llamaban los criados en Francia naquets, nombre que devino en laquet, y luego escrito como laquais o lacayo. Como fuera, Lacayo es un sujeto que añora ser como su jefe, pero al no lograrlo, le sirve con la esperanza de adquirir mayor poder, incurriendo incluso en el servilismo, y eso ocurre con los colaboradores, hermanos o corcholatas de AMLO que buscan agradarlo imitándole hasta el discurso y prometiendo cualquier cosa que le agrade con tal de escalar en los afectos. Es lo que se conoce, también, como Ladino en América, pues de acuerdo a los españoles que llegaron en la conquista, es la persona que actúa con astucia y disimulo para conseguir lo que se propone, y es una herencia maldita de nuestros antepasados. Los ladinos llegaron a convertirse en capataces de su propia raza, en administradores de las riquezas del amo, en alcahuetes que, posteriormente usaban la información obtenida en su propio beneficio. Los ladinos eran indígenas o mestizos hispanizados que terminaron por convertirse en verdugos de su pasado.
POR ELLO, no tiene la culpa el indio, perdón, López Obrador de las veinte reformas aprobadas por el servilismo o lacayismo de los diputados Federales y Senadores de su partido (a los que hizo compadres), pues a estos últimos no les importa el bien común ni servir a la sociedad sino servirse, esto es, agradar al amo para llegar a ser como él, tratar de escalar y, de ser posible, convertirse en el sucesor o sucesora, aunque los otros (los legisladores lo hacen por cargos distintos cuando se les acabe el que detentan, y no precisamente porque sientan algo por ese pueblo al que jamás consultan una vez sentados en la curul. Se trata de un comportamiento muy propio de los mexicanos que no saben vivir sin amo o patrón hasta que se convierten en uno de estos, siempre en busca de los intereses personales o de grupo, y en aras de lo anterior tratar de agradar al jefe, como lo hacían los priistas o panistas, en pocas palabras, crecimos con esa cultura del lacayismo.
PORQUE VEA usted, durante el período colonial, a los ladinos los rechazaban los indios por su “sangre” española, pero también los rehusaban los criollos por tener ambas “sangres”: la mezcla para algunos grupos les resultaba aborrecible. Dice Luis Arturo Sánchez Midence, profesor universitario del Centro Universitario de Occidente de
Guatemala, que la adopción predominante de la cultura “occidental” como parte de la identidad ladina, es resultado de la búsqueda de espacio y de la toma de posición en la estructura de poder en un mundo colonial que prefería “ignorar” su existencia. Al ubicarse como intermediarios en el ejercicio de poder entre los criollos y los indios (en el papel de capataces, comerciantes o artesanos), los ladinos pretendían dos cosas: congraciarse con el grupo de poder (adquirir sus patrones culturales podía ser una forma acertada de lograrlo) y separarse del grupo dominado (el pueblo), negando la sangre indígena que corría por sus venas e implementando mecanismos de discriminación hacia este grupo. Ese absurdo desprecio del ladino, especialmente del ladino pobre hacia el indígena, no fue ilógico en la época en que dicha actitud se gestó durante el periodo colonial, puesto que la pobreza común de uno y otro obligaba al primero a exagerar su condición de trabajador libre, situación que fue exacerbada con la llegada de la Reforma Liberal. Aun hoy, gran parte del esfuerzo diario que realizan los ladinos pobres, radica precisamente en fortalecer e incrementar aquellos aspectos que permiten su distinción frente a los indígenas: para ello, la imitación de patrones culturales foráneos (norteamericanos y europeos, fundamentalmente), sigue siendo un mecanismo de uso popular.
COMO FUERA las corcholatas ladinas dicen ahora: “si” a todo lo que diga el Tlatoani, esperanzados en sucederlo y cuando eso ocurre, le dirán que su tiempo ya pasó, y ahora corresponde al espacio de quien quede al frente de la Presidencia de la República, suponiendo que gane la elección Morena, y hasta pueblo que tanto amaba al que se ira, seguramente le dará la espalda cuando surja algún pecadillo que no falta, y ni siquiera el Ejército Nacional al que dio tanto poder ha dado podrá defenderlo, ya que la milicia mexicana es institucional y sirve al que gane, sea del partido que fuera, como ha quedado demostrado en el pasado reciente. Por eso ahora son tiempos de lazar cohetes que ya vendrá el de recoger las varas, y no porque quien releve a López Obrador sea traidor o malagradecido sino porque asi es la naturaleza del mexicano, acentuada en los políticos que viven de la infamia y la ingratitud.
EL PUEBLO les viene valiendo un soberano sorbete, y solo les interesa que voten y los lleven al poder, pero una vez instalado en este, no vuelven a sus distritos ni se acuerdan de hacer encuestas que les permitan saber que piensan los gobernados, cuáles son sus necesidades y mucho menos que opinen ante las ocurrencias del señor de horca y cuchilla que decide a sus anchas, y que ordena a los ambiciosos vulgares aprobarle hasta lo que vaya contra la ley y las instituciones, que al fin de cuentas, alguna vez ya mando “al diablo” a las instituciones, a tan grado que ahora algunos subalternos, sobre todo en los Estados suelen decir que las instituciones son ellos, y que le hagan como quieran. Esa es la realidad de un país de ambiciosos cuyo objetivo es la conquista de un peldaño más en la escalera política, aunque para ello tengan que traicionar, mentir y robar sin el menor rubor, como sucedió recientemente con Ricardo Monreal y sucederá con los tiempos por venir. Algo asi como el escorpión que pico a la rana que lo ayudaba a cruzar el rio, no porque fuera malagradecida, sino porque traicionar es su condición. Asi las cosas. OPINA carjesus30@hotmail.com