Cuando más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje.
Aldous Huxley
La clase política que arribó al poder en el 2018 es la continuación profundizada, aumentada y grotesca de todo aquello que tanto se criticó. La cínica simulación que caracteriza a los ejercicios políticos y administrativos de los últimos 7 años, ha dejado a los males que se combatían en meros juegos de niños. Fue aquel escenario de quejas y desesperanza, de malos tratos y corrupción, los escalones en los que se subieron al podio de los ganadores, contra ello dijeron luchar, capitalizando el descontento y el clamor popular por algo mejor, convirtiendo esas aspiraciones en sus lemas de campaña, en sus postulados, en el fondo en sus enormes mentiras.
Sin pestañear hicieron del engaño la retórica que les granjeó el respaldo de millones de esperanzas, los agotamientos ante la evidencia de clases arbitrarias y corruptas que eran justificadamente señaladas, argumentaron su mal llamada transformación, misma que pasado el balance sexenal, muestra sus verdaderos rostros e intenciones.
El anclaje de esta farsa ha estado y sigue estando en la figura y la fuerza del gran simulador. Engañar y mentir descarada y descarnadamente es la política central de este movimiento. Es la acción que da frutos, que permite apoderarse de la voluntad de importantes sectores sociales convertidas en feligresías acríticas, que ante el mensaje “superior” caminan leales al llamado cuatrotero.
Sus discípulos y mensajeros son hombres y mujeres que no requieren revisiones, mucho menos cuestionamientos, por eso para pertenecer hay que obedecer. La construcción de la “nueva” clase política suma a los fieles “originales” y a otros muchos dispuestos a purificarse como parte del rebaño del poder, a través de una falsa construcción de compromisos que obliga a cerrar los ojos y seguir al flautista al precipicio.
Hoy que el país y los mexicanos sufrimos más que nunca antes, y frente a la continuidad de la falsedad, con mucha desesperanza a cuestas, el diagnóstico y los hechos que nos sacudían e indignaban antes del 2018, con esos grupos gobernantes arbitrarios y corruptos, ha quedado claro que los problemas se han incrementado y profundizado, por más que digan los de ahora que no son iguales, y acaso no lo son porque son peores.
De entre muchos, destaca la corrupción, como un elemento principal por la fuerza discursiva que se le otorgó para decir que se combatiría y que al tiempo se dijo había quedado en el pasado. Ese componente principalísimo de nuestras desgracias como país, hay suficientes pruebas de que sigue vivo y con mucha más fuerza, por más que el ex presidente López Obrador ofreciera barrer las escaleras de arriba hacia abajo y que asegurara que ya se había erradicado la corrupción, que sacaba el pañuelito blanco. Puras mentiras, porque la realidad muestra la gravedad de las condiciones reales en relación a la corrupción, cada vez más profunda y desvergonzada, donde el cinismo de los actuales gobernantes hacen que palidezca la tan evidente descomposición previa al 2018.
La corrupción que no solo existe en función de pesos y centavos, de contubernios y apropiaciones de bienes públicos, o de nepotismo y amiguismo, sino de influyentismo y falta de ética, pues eso determina procesos de putrefacciones mayores derivados de decisiones llenas de ignorancia y desprecio a la legalidad y a la inteligencia, basados en la seguridad de ser imbatibles y no podrán ser ni criticados ni sancionados, afinando con ello su sentido autoritario, despótico, prepotente.
La cobertura de que gozan los profesantes de la “cuarta transformación” es, rescatando a la clásica, miserable. Abundan los ejemplos de impunidad, de cobijo que cubre la pudrición que han significado ejercicios que juraron no cometer y que pronto no podrán sostenerse por la grosera muestra de la que hacen gala y que al final la historia los pondrá donde merecen. Hoy por hoy ya están moralmente derrotados.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA.
Los trasformadores y revolucionarios cuatroteros viven, visten y viajan a todo lujo, la presidenta y sus códigos éticos, que queden en el olvido.