En estos meses de pandemia se han multiplicado en las redes los llamados “conversatorios”. Los hay buenos, muy buenos, regulares y malos, pero –al menos en Veracruz- todos tienen un denominador común, cada vez que sale a relucir el nombre de Cuitláhuac García se desata una furia chichimeca acompañada de denuestos para él y el gobierno que encabeza.
Es como una presa que tiene un dique, abres el dique lector y se dejan caer toneladas de agua hacia el precipicio, en el que en este caso está Cuitláhuac a merced del chaparrón.
No he visto uno, un solo conversatorio donde le digan una palabra de aliento, le den un voto de confianza o una palmadita en la espalda. No señor, cada que los participantes abren la boca es para tundirlo verbalmente.
“Yo lo que deseo es que ya se ponga a gobernar”, le han pedido en infinidad de ocasiones los conversadores más moderados. Pero los más intensos desean verlo hasta en la cárcel “por corrupto, por permitir el nepotismo, por inepto, por incapaz, por indolente”, según han comentado.
Quienes se asoman a esos portales quizá son los más intensos e incluso los más tóxicos. Basta con que alguien escriba el primer mensaje para que se suelten como en cascada los subsecuentes donde lo ponen verde a base de improperios.
Lo que llama la atención es que no haya respuesta de la oficina de Comunicación Social a estos denuestos. No sé, se me ocurre algún contrapeso.
En los últimos meses de Javier Duarte como gobernador y ante la imposibilidad de defenderlo porque era indefendible, la Dirección de Comunicación Social del Gobierno del Estado se dio a la tarea de resaltar la obra del gobierno estatal (repito, obra del gobierno estatal) en turismo, educación, salud, infraestructura carretera e incluso en seguridad, área que ya estaba muy devaluada, aunque no tanto como ahora.
La idea era mandar el mensaje a la ciudadanía y al resto del país de que a pesar que Veracruz tenía problemas con una plaga de ratones, contaba con playas paradisiacas, monumentos históricos, excelente comida, los niños recibían una educación de excelencia; había una buena red carretera y no todos sus policías eran atracadores.
A pesar de su manifiesta ineptitud Cuitláhuac todavía es defendible (al menos hasta ahorita no ha desaparecido 33 mil millones de pesos como lo hizo Duarte), y algo debería hacer la oficina de Comunicación Social para tratar de revertir sus muchos negativos. Pero no…
No es posible que le hayan dado un machete, un sombrero de petate y lo mandaran a chapear un matorral para mejorar su imagen.
¿A quién se le ocurrió semejante estupidez?
Alguien dijo que fue para apoyar al gobierno de Hipólito Rodríguez en las tareas de saneamiento de Xalapa. Si esto es verdad, el tiro salió por la culata porque Hipólito quedó ante los xalapeños como un huevón al que tuvo que auxiliar el gobernador chapeando la maleza, que por su incompetencia crece en varias partes de la ciudad.
Otros dicen que fue para conseguir votos para Morena, lo cual es una tontería mayor.
Si Cuitláhuac y sus asesores tuvieran tantita materia gris en la cabeza, hubieran contratado a unos cinco chapeadores de los de a de veras, que por doscientos pesos a cada uno habrían dejado El Trébol impecable y habrían tenido con qué llevar de comer a sus hogares.
Eso sí hubiera sido un detallazo del gobernador que le habrían aplaudido hasta sus opositores. Pero en la 4T pensar les provoca dolores hasta en el estómago.
Tantito por la inoperancia de Cuitláhuac y tantito por jaladas como la de ponerse a chapear en lugar de gobernar, las redes se han convertido en una especie de catarsis para miles de veracruzanos desempleados o desilusionados que desahogan su frustración e impotencia diciendo lo que piensan del mandatario estatal.
La chapeada del sábado anterior no redituará ni un voto a Morena, tampoco le dará ni un punto porcentual a la vapuleada popularidad de Cuitláhuac, pero sí dio pie para que lo despedazaran en las redes.
Dicen que el autor de la ideota fue el Coordinador de Comunicación Iván Joseph Luna Landa, aunque nadie ha confirmado la versión y yo tengo mis dudas. Pero quien haya sido, si lo que quería era que el gobernador hiciera el ridículo y se convirtiera en el hazmerreír de la raza jarocha, debe sentirse satisfecho porque lo logró.