Cartas a la redacción:
En un espectáculo digno del absurdo, el Congreso del Estado de Veracruz ha decidido hacerse el sordo, el ciego y, sobre todo, el cómplice ante las denuncias y amparos interpuestos por la ilegítima prórroga que la Junta de Gobierno de la Universidad Veracruzana le otorgó —o mejor dicho, le regaló en bandeja de plata— al actual rector.
Mientras la comunidad universitaria alza la voz, los diputados, en su mayoría, bostezan. Al parecer, la autonomía universitaria ya no es un principio sagrado, sino una excusa para imponer decisiones oscuras, a espaldas del espíritu universitario y del Estado de Derecho. Se burlan de la inteligencia colectiva, escupen sobre los principios democráticos, y se abrazan al poder como si la rectoría fuera una herencia nobiliaria.
¿Qué fue el principio de renovación democrática?
¿Dónde quedó el compromiso con la transparencia y la participación de la comunidad académica?
Todo ha sido barrido bajo la alfombra de un “acuerdo entre cúpulas”, disfrazado de procedimiento legal pero que huele, desde lejos, a componenda política.
Y mientras tanto, el Congreso juega a la omisión. Ni una sola iniciativa seria, ni un posicionamiento firme. Solo el eco de pasillos vacíos y discursos huecos. Tal parece que les incomoda más una comunidad organizada que un rector perpetuado sin convocatoria, sin consulta y sin consenso.
¿Entonces qué sigue?
¿Debemos esperar con paciencia infinita mientras pisotean la legislación universitaria?
¿O es hora de hacer valer la dignidad universitaria con algo más que comunicados?
Si el Congreso no escucha, si la Junta de Gobierno actúa como comité privado, y si el rector se aferra al cargo como si de su patrimonio personal se trata, quizás haya llegado el momento de recordar que la Universidad no es un feudo, sino una trinchera del pensamiento libre.
¿Será necesario tomar las instalaciones?
No por gusto, sino por justicia.
No por capricho, sino porque a veces la historia se mueve a empujones cuando la razón ha sido secuestrada.
La comunidad universitaria merece una elección legítima, abierta, limpia. Merece respeto, no imposición.
Y si el silencio institucional persiste, será la voz de los pasillos, las aulas y las plazas la que haga temblar las bases de esta impostura.