Detrás de la frontera

’15/11/2024’
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Todos hemos sido migrantes en algún punto, nos hemos movido de nuestro lugar de origen de forma temporal o permanente y siempre lo hemos hecho con ganas de crecer, aprender o mejorar. Algunos lo hacemos con facilidad, trasladarnos de una frontera a otra de manera nacional puede ser más sencillo, pero existen casos en los que el desplazamiento es entre naciones, porque se buscan mayores oportunidades o el cobijo de otra nación.

Migrar no es delito, es un derecho humano, sin embargo, se ha criminalizado a quienes por condiciones extremas se ven en la necesidad de trasladarse. Países responsables de los grandes desplazamientos son los primeros en cerrar fronteras ante el dolor y la necesidad humana. Hay naciones que un día tienen el poder de bombardear hogares, invadir espacios por medio de la militarización y al otro establecen cupos mínimos de quiénes merecen ser refugiados.

La migración no es algo nuevo y aunque parezca que es un fenómeno exclusivo del sur hacia el norte, es algo frecuente entre múltiples fronteras. La cuestión es que hay quienes lo hacen por gusto y otro tanto por extrema necesidad. De acuerdo a la Organización de la Naciones Unidas en el 2019 el número de migrantes internacionales alcanzó casi los 272 millones de personas, de las cuáles 48% son mujeres, así mismo se estima que hay 38 millones de niños migrantes.

Los datos anteriores son un claro indicador de que en las naciones deberían existir mejores políticas públicas enfocadas a estos sectores. Uno de los principales factores para que una persona decida desplazarse es la violencia. Si consideramos el maltrato que viven las mujeres en nuestro país no es de extrañarse que gran parte de ellas decida huir hacia otros puntos buscando un refugio o un nuevo hogar donde pueda desarrollarse su familia.

Este mismo anhelo de oportunidades es el que tienen la mayoría de padres de familia, que han cruzado fronteras en busca de un mejor estilo de vida, de un futuro mejor para sus hijos, pese a que ello implique correr mayores riesgos o incluso mandar a menores no acompañados. Este fenómeno social es creciente, ahora se ven incluso niños de dos años que van sin algún acompañante, sus padres pueden pedir su traslado con la esperanza de una mejoría para sus vidas o también hay historias en las que son separados a la fuerza o por las circunstancias de violencia que sufren en su transitar.

La violencia de la que en su mayoría huyen los desplazados, no queda atrás mientras transitan entre fronteras. Tanto hombres como mujeres son víctimas de extorsión y explotación. Detrás de un anhelo de superación también pueden toparse con engaños, maltrato y desenlaces trágicos. Lo anterior no sólo es responsabilidad de las naciones, sino de la sociedad en general que ha criminalizado a las caravanas y llena de adjetivos negativos a quienes imploran por ayuda en cruceros. Es también nuestra responsabilidad porque nos hemos creído los discursos de que con la migración se daña nuestra economía y crece la violencia, sin considerar que en más de un país son esos migrantes los que impulsan el desarrollo industrial por ser los únicos dispuestos a trabajar en condiciones infrahumanas.

Hoy en medio de una pandemia que obliga a unos a resguardarse en casa pero que lacera sin misericordia a otros con miseria y terror por falta de sustento, es urgente poner sobre la discusión política propuestas reales que ayuden a un traslado entre fronteras coordinado, supervisado y con las políticas adecuadas.

Próximamente estará en nuestro país el presidente de Guatemala, una de las naciones que más personas aporta al desplazamiento a través de nuestro país, México es sólo una parada de paso en su añorado destino: Estados Unidos, sin embargo, aún no hemos sabido manejar la situación irregular en la que llegan miles de personas desde Centroamérica.

Quizás en eso Alejandro Giammattei tiene razón, nos falta abordar la migración con un “énfasis principalmente humano” y no sólo como conflictos fronterizos de seguridad militar, pues a través de vías legales más ágiles podríamos ofrecer una mejor calidad de vida y asegurar que este proceso impulse el crecimiento de las naciones en lugar de ser uno de los problemas que más nos aquejan social y económicamente. Que las fronteras sean para dividir a las naciones no a las familias.

 

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