Por estos tiempos de desconcierto nacional, división social y una total ausencia de seguridad nacional, como se le extraña.
Como se le recuerda.
Como emerge su figura enhiesta y pensamiento político en tiempos de destrucción y caos.
Regresa, a 21 años de su desaparición física, el legado del hombre; emerge el de quien por medio siglo sirvió a las instituciones de manera leal, respetuosa e institucional.
Hoy, en estos tiempos de confusión, cobra importancia su legado. El del político reflexivo, austero, el del diálogo, el de la mano firme en lugar de la mano dura que reprime.
Ese, Fernando Gutiérrez Barrios, el caballero de la política, el del pensamiento adelantado a su tiempo más allá de los “ismos” y los extremos ideológicos, quien previno el fin de la era del poder vertical que eventualmente podría llegar acompañado del caos político, social y económico -que hoy vivimos-, cobra singular relevancia ante la escalada de venganzas, ocurrencias y corrupción.
En este día es importante evocar a este veracruzano de excepción, al porteño que gobernó Veracruz de 1986 a 1988 y por 47 años sirvió a las instituciones federales prácticamente hasta el día de su muerte, un deceso tan sorpresivo como sospechoso, igual que su secuestro ¿un secuestro de estado? consumado por la banda de los Caletri en donde se ve la mano oscura del general Jorge Carrillo Olea, en ese entonces titular del CISEN, después premiado con la gubernatura del estado de Morelos.
Del “Hombre Leyenda” se han dicho muchas cosas. “A veces me ponen como el Diablo sin calzones”, musitaba a sus cercanos con cierta sorna. Su obra, sin embargo, es imborrable.
Quien esto escribe, en memorias y recuerdos de mi paso por el periodismo por más de 50 años que en breve saldrán a la luz pública, evocó pasajes biográficos de los cerca de 23 años que estuve al lado de don Fernando, a lo largo de los cuales vi y aprendí muchas cosas aparte del “¡Nada fuera de la ley!” o “Si el pueblo dice a medianoche que es de día hay que prender las farolas”.
“Un día me llamó el señor presidente Gustavo Díaz Ordaz- para pedirme que fuera a la regencia capitalina” nos platicaba un día cualquiera a Ponce Coronado y a quien esto escribe.
Era septiembre de 1968.
“El regente Alfonso Corona del Rosal, por instrucciones presidenciales, me pidió participara en una reunión en donde solo veía generales de cinco estrellas a quienes explique el estado de cosas que vivía el país alterado por el movimiento estudiantil de 1968, así como el indiscutible respaldo ciudadano que tenía el Consejo Nacional de Huelga”.
“Lo del 68 sería el acontecimiento, tras la masacre estudiantil, que cambiaría el curso de la historia de México”, señaló.
Las evocaciones con don Fernando y este colaborador se sucederían por años en Caminos y Puentes Federales, primero en las oficinas de Baja California, luego en Cuernavaca. También en su domicilio de Santiago apóstol en “San Jerónimo” o en su oficina de Tiber.
Un diálogo hasta las puertas del 2000 donde dejé de verlo.
Una tarde, allá por septiembre de 1994, me citó a su casa, a las seis de la tarde en punto. Llegue me pasó a su biblioteca. Ahí nos apoltronamos.
Empezábamos a tomar café cuando Televisa iniciaba sus trasmisiones desde el “Plutarco Elías Calles” del PRI con motivo de la toma de protesta de Luis Donaldo Colosio como candidato a la Presidencia de la República.
El tenía su televisión Sony Trinitor de frente, yo a un costado desde donde vi cómo se hundía en el sofá con la mirada perdida en el infinito. Visionaba, no su fin, sino el del salinato.
Ese año, el 6 enero, me mandó traer de Morelia. Era la víspera de Reyes. Me invitó a retomar ese proyecto de propaganda: logos, lema, cronograma y el casting que se le había preparado un par de años atrás.
“Vamos a construir la circunstancia para que las cosas se den en nuestro favor este fin de año cuando se suceda el destape”, me dijo sin mover un músculo de su angulosa cara y ese fino bigotillo que desde muy joven se impuso.
Al día siguiente muy temprano, camino de su casa de San Jerónimo a la Secretaría de Gobernación, don Fernando fue llamado intempestivamente a Los Pinos. El presidente Salinas le pediría su renuncia “pero a cambio le ofrezco la embajada de Francia o de España”.
“No, señor presidente –devolvió la cortesía política- he servido a México por más de 40 años y no quisiera ningún trabajo fuera de aquí”.
“Le propongo entonces, insistió Salinas, en que se quede al frente del ISSSTE”, a lo que el experimentado hombre le dijo: “Solo permita que no sea usted quien me pida la renuncia, sino que yo se la entregue.
Así fue.
Don Fernando presentaría su renuncia “con carácter de irrevocable” evocando a Renato Leduc con su “Sabia virtud de conocer el tiempo”.
El tiempo de don Fernando, en efecto, había llegado a su fin… llevando al precipicio a Carlos Salinas de Gortari.
Y es que, tras la salida del “Centinela de la República”, el país se desmoronaría. Se sucederían la muerte del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el levantamiento del EZLN, los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu y el nacimiento del crimen organizado.
Así, se tejieron las últimas cuatro décadas del siglo pasado las historias de quien en algún momento se le llamó el “Superpolicía del Sistema”, el “Hombre más informado”, el “Caballero de la Política”, el político de mano de hierro con “guante de terciopelo”.
Este político, tan amado como temido, sirvió a México por casi cinco décadas, siempre como celoso guardián de la seguridad nacional, siempre pegado al teléfono rojo.
En alguna ocasión fue llamado por el presidente Luis Echeverría para que atendiera de manera personal el secuestro de su suegro José Guadalupe Zuno, padre de la primera dama María Esther Zuno.
Era 1973.
Se trasladó a Guadalajara donde vivió por seis meses hasta lograr su aparición y captura del plagiario de manera por demás ingeniosa al pedir al periodista Joaquín López Dóriga entrevistara a la madre del presunto plagiador, quien por Televisa en red nacional apela a los buenos sentimientos del hijo advirtiéndole además que ya lo tenían localizado lo cual no era exacto.
Al final del noticiario el secuestrador se pone en contacto con su madre a cuya diestra estaba don Fernando, quien por la vía del diálogo lo convence de la generosidad de la ley si entregaba al rehén.
Son solo pasajes aislados de la vida de este hombre que tuvo que ven con la Revolución Cubana, con la liberación del expresidente argentino Héctor Cámpora y con las luchas libertarias de Nicaragua y El Salvador.
Mañana, 30 de octubre, se cumplen 21 años de la muerte de un veracruzano hoy en el olvido de parte del mundo oficial que tienen en el abandono sus estatuas y bustos diseminado en el estado, pero más sus enseñanzas.
Quien siempre insistió en que la política no debería estar en manos de improvisados e ineptos, por circunstancia del destino y maldición para Veracruz, cayó en manos de soberbios improvisados.
La presencia de don Fernando, sin embargo, ahí está presente en cada momento de la vida nacional.
El “Capitán Gutiérrez”, le decía Reyes Heroles, de muy niño fue llevado a la capital del país.
Su papá, un viejo guerrillero villista, lo dejaba en la escuela a las siete de la mañana. Era el primero que llegaba. Se sentaba en el quicio de la puerta a esperar que abrieran las puertas de la primaria a las ocho de la mañana. De ahí parte su puntualidad misma que acentuó a su paso por el Colegio Militar, el de Tacuba.
Luego sirvió al presidente Miguel Alemán Valdés al integrarse al equipo de civiles que se encargarían de la seguridad presidencial. Más tarde la Federal de Seguridad, la subsecretaria de Gobernación, Caminos y Puentes, el gobierno de Veracruz, la titularidad de Gobernación, el PRI el Senado de la República y hasta ahí.
El trágico fin de su vida se marcó un lunes 30 de octubre del 2000 cuando sorpresivamente no regresa de la anestesia tras una operación “exitosa” de coronarias que sus cercanos jamás supimos que padecía.
Ello dejaría una enorme incógnita particularmente cuando un par de días antes había festejado su cumpleaños en familia y amigos y se le vio pleno.
Como sea.
Don Fernando Gutiérrez Barrios sigue al paso del tiempo ahí presente. Siempre recordándonos que “gobernar exige experiencia, serenidad y vocación; gobernar es sobre todo tener la mirada y el oído alertas, gobernar es oficio superior que no pueden desempeñar los improvisados y mucho menos los improvisados soberbios”.
¿O no, Cuitláhuac?
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo