“El PRI: un ocaso anunciado”

’25/08/2025’
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“Si vives diciendo que todo te saldrá mal, quizá te conviertas en profeta”. – Isaac Singer.

La renuncia del senador Néstor Camarillo al Partido Revolucionario Institucional (PRI) no es un hecho aislado ni un movimiento de poca trascendencia política. Por el contrario, pareciera anunciar el preludio de un desenlace esperado y, para muchos, incluso deseado: la inminente desaparición de un instituto político que durante gran parte del siglo XX fue sinónimo de poder, gobierno y hegemonía. Hoy, reducido a la anécdota y a la sobrevivencia, el PRI vive los estertores de un final largamente anunciado.

El liderazgo de Alejandro Moreno Cárdenas, mejor conocido como “Alito”, ha terminado de minar lo poco que quedaba del priismo nacional.

Bajo su conducción, el partido se ha convertido en un club social administrado al capricho de un dirigente que privilegia intereses personales sobre la construcción de consensos y la renovación real de estructuras.

No sorprende entonces que, en medio de esta crisis, las grandes figuras del tricolor hayan optado por la retirada. La lista de quienes se han distanciado es larga, y su desbandada refleja el desencanto con una dirigencia desconectada de la realidad política y social del país.

El PRI perdió el rumbo desde el momento en que se rompió el vínculo entre sus ideales revolucionarios y las necesidades de una sociedad mexicana del siglo XXI. En vez de adaptarse y modernizarse, el partido se refugió en prácticas añejas: el control de los cacicazgos locales, la simulación democrática y la manipulación de las bases.

Veracruz es un ejemplo doloroso de esa inercia. Durante años, la conducción del partido quedó secuestrada en manos de una sola familia, más preocupada por mantener sus parcelas de poder que por revitalizar al priismo desde sus raíces.

Esa falta de reconocimiento a las bases –los seccionales, los militantes de a pie, aquellos que realmente trabajaban por el partido– terminó por vaciar al PRI de sentido.

A cambio de su lealtad y esfuerzo, solo recibían una despensa, una “lanita” el día de la elección, y eso con la humillación añadida de que, muchas veces, el sobre ya había sido “rasurado” por los líderes intermedios. Con esa cultura del desprecio, el partido condenó a sus propios militantes al abandono y sembró el terreno para su ruina.

Hoy, el PRI enfrenta el dilema de reinventarse o extinguirse. Pero todo indica que el segundo escenario es el más probable.

La renuncia de Néstor Camarillo no solo refleja la crisis interna; es un recordatorio de que el otrora partido hegemónico vive sus últimos capítulos. Y aunque para algunos su caída será motivo de celebración, para otros significará la pérdida de un contrapeso político necesario en una democracia que exige pluralidad.

 

Al tiempo.

 

astrolabiopoliticomx@gmail.com

“X” antes Twitter: @LuisBaqueiro_mx

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