Aperitivo: “La sátira es el arma más eficaz contra el poder: el poder no soporta el humor, ni siquiera los gobernantes que se llaman democráticos, porque la risa libera al hombre de sus miedos. (Dario Fo). ¿Será?
Le pregunté a Crisóforo, mi amigo el taxista, si era feliz. Me contestó, irónico como es, que sólo cuando dormía y no tenía pesadillas. La vida es imprevisible, dulce y agresiva; hay que agarrarla por los cuernos, agregó sonriente. En realidad, lo mejor es darle vuelta a la hoja y seguir el camino, no quedarse en lamentaciones. No ser ni complaciente ni exigente con uno mismo ni con los demás, me aclaró. Encontrar el punto medio, no el medio punto, me miró al detenerse en el semáforo en rojo.
El libro ¡Cómo salir del pozo! Las llaves de la felicidad de los países, las empresas y las personas, del periodista Andrés Oppenheimer –que aún no me atrevo a leer por miedo a que resulte un texto más de autoayuda y superación personal, los cuales detesto-, en la sinopsis dice: “Una ola de descontento recorre el mundo, y cada vez menos personas se sienten verdaderamente felices. Las encuestas revelan un aumento constante de la insatisfacción, el estrés y la depresión a nivel global. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué los niveles de infelicidad alcanzan récords preocupantes? ¿Cuáles son las últimas innovaciones de países, empresas, escuelas y la ciencia para revertir esta tendencia y aumentar la felicidad?” ¡Ahí nomás!
Crisóforo pone en marcha el taxi y me pregunta: “¿Y usted, patrón?” Me quedo callado, pensativo y le contesto: “Me hago esa pregunta todos los días para saberme vivo. Sigo a Jorge Luis Borges: ‘Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar’”. Se carcajea Crisóforo: “Una manera deliciosa de engañarse a uno mismo, ¿no cree patrón?” Le digo que sí, que para mí esa es la felicidad, y esta se consigue haciendo siempre lo que a uno le gusta.
El trayecto de la casa a mi centro de trabajo es denso, les mentamos la madre a todos y todos nos las mientan. Veo un niño con cara de pobreza, tristeza y desesperanza. “¿El dinero nos hace felices?”, le pregunto a Crisóforo. “Como dicen por ahí, patrón, no lo es todo, pero cómo ayuda.” Pues sí, pienso, y recuerdo que mi amigo Ramón Gómez de la Serna me comentó que el reloj no existe en las horas felices.
Creo, con Merlina Acevedo, que a todo se acostumbra uno menos a ser feliz. Lo definió mi estimado Agustín Monsreal: “Felicidad: Enfermedad imaginaria. No es grave ni contagiosa, y se va casi tan pronto como llega.”
Crisóforo me dice: “No se apure, la felicidad llega… ¿Y qué tal el amor?” Sonríe y agrega: “También llega”. Me deja frente al edificio donde trabajo, le pago y se va sonriendo.
En la oficina busco a Carl Gustav Jung: “Existen tantas noches como días, y cada una dura lo mismo que el día que viene después. Hasta la vida más feliz no se puede medir sin unos momentos de oscuridad, y la palabra feliz perdería todo sentido si no estuviese equilibrado por la tristeza”.
¿Se puede ser feliz como una lombriz? Me carcajeo en silencio. Como el microcuento “La broma” que escribí:
“A un hombre triste un día se le trepó la alegría. La tristeza, celosa, puso todas las trampas posibles para que la alegría se alejara. Sufría la tristeza de tanta alegría. Harta, la tristeza decidió partir. Ahora la alegría sigue riéndose porque la tristeza no supo controlarse y, además, nunca entendió que sólo fue una broma.”
Me comentó mi amigo Crisóforo, cuando le hablé por teléfono para que viniera por mí y me llevara a casa, que había leído a Alfredo Bryce Echenique. “Y miré nomás lo que dice: “El escritor es un hombre sorprendido. El amor es motivo de sorpresa y el humor, un pararrayos vital.” Se carcajeó: “Ahorita paso por usted”.
Los días y los temas
¿Qué nos hace falta? Recuerdo las palabras de Oscar Wilde en De profundis: “El amor se nutre de la imaginación. Gracias a la imaginación nos volvemos más sabios de lo que sabemos, mejores de lo que sentimos, más nobles de lo que somos; podemos ver la vida en su totalidad. Por la imaginación, y solamente por la imaginación, podemos entender a los demás en sus relaciones reales e ideales. Sólo lo que es puro y fue puramente concebido puede nutrir al amor, pero en cambio cualquier cosa alimenta al odio”.
Amor y odio… ¿Y dónde la imaginación?
De cinismo y anexas
En esto del amor, el odio y la felicidad, nos volcamos muchas veces hacia un lado o hacia otro, depende. Mi amigo Mauricio Carrera escribió: “Anoche, el vampiro me hizo el amor de nuevo. Empiezo a ver su imagen en el espejo.”
El “Cuento de horror”, de Juan José Arreola, dice así: “La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.”
Así soy feliz.
Hasta la próxima.