Llega el fin del año, pero no se ha acabado la pandemia, aunque la ilusión de cerrar ciclos y un nuevo comienzo nos brinde falsos aires de esperanza tenemos que ser realistas, hay infinidad de virus proliferando y mutando, listos para atacarnos en cuanto bajamos las defensas.
Omicron es la nueva variante que ha puesto en alerta a las fronteras y el sector salud, en tanto que el común de la población no piensa frenar el impulso que recién ha podido tomar después de dos años de encierro y decrecimiento. Los comercios están cansados de las medidas sanitarias y en igual forma la población ha quedado vulnerada física y psicológicamente.
Mientras tanto el planeta a gritos pide un alto a nuestra especie, que con un vertiginoso estilo de vida se ha considerado superior a cualquier otra, acaparando todos los ecosistemas, pensando en su desarrollo por encima del de otros y destruyendo así las posibilidades de las futuras generaciones.
Quizás la llegada de una pandemia es sólo consecuencia de nuestras acciones egoístas. Y hemos actuado así incluso con nuestra misma especie, distinguiendo al entorno según sus colores o creencias, pensando en el bienestar de unos cuántos por encima de algo común, considerando que la realidad lacerante de otros no es nuestra y por ende nada nos queda por hacer.
A la par de ese egoísmo y la necesidad creciente de poder, vemos a nuestros dirigentes ocupándose en luchas absurdas, olvidándose de necesidades reales, mostrando como logros la entrega de apoyos sin resultados y preservando antiguas formas de dominación y control. Con estos comportamientos extremos se avivan ideologías de izquierda y derecha que alrededor del mundo luchan entre sí, olvidándose de encontrar un punto de equilibrio justo en el centro.
Nada que se lleva a sus límites termina bien, en puntos del globo terráqueo donde se consideraba que se había avanzado nos tocó retroceder, las mujeres vuelven a portar un velo y los derechos que les permitían desplazarse libremente les han sido arrebatados. Hablamos en algunos puntos de la búsqueda de oportunidades, pero cada vez son menos los que estamos dispuestos a aprender y pese a las circunstancias no hemos entendido que es urgente que nuestra especie se adapte a los cambios del mundo y no al revés, pues sin importar cuán superiores nos consideremos, no todo está bajo nuestro control.
Creíamos que el tiempo había pasado y que avanzamos derrumbando muros que separaban a familias enteras, pero los seguimos levantando en nuevas fronteras, creyendo que las oportunidades son sólo para quienes poseen la tierra. Suplicamos al norte que tenga respeto y compasión por los nuestros, pero nunca mostramos esas mismas cualidades ante quienes arriban del sur.
Después de un minucioso análisis los grandes líderes han determinado que la solución a nuestros problemas se encuentra en mostrar más solidaridad y empatía, pero se olvidan de que actualmente esas cualidades son selectivas, pues sólo podemos mostrarlas con aquel que reconocemos como igual, con quienes logramos entender y para ser realistas en medio de un encierro constante cada vez nos entendemos menos.
La pandemia también nos encerró en el individualismo, hizo que tuviéramos que cuestionar hasta las emociones más sencillas, tornándolas complejas y en casos muy severos resultaron más extenuantes los propios demonios que el caos del mundo exterior. Así que de cara al 2022 hemos de pensar más en conjunto, procurando en cada acción hacer el bien, considerando las consecuencias de nuestros actos y viviendo con libertad y amor nuestro presente, procurando que las consecuencias de nuestros actos nos brinden un mejor futuro.
Este 2022 piensa en cada una de tus metas y sueños, vivamos con intensidad y gratitud cada nuevo día y comencemos a trabajar más en el respeto de nuestro entorno y para los demás. Si partimos desde estos principios seguramente el año que viene será mejor.