Nadie puede negar que en dos años el país haya cambiado. El mundo ha cambiado. Ver al planeta de manera similar o igual que hace dos años es un síntoma de miopía de la conciencia y desconocimiento de la historia. Así, desde la perspectiva de los mexicanos respecto a la seguridad, que también ha cambiado, debe también interpretarse con ojos frescos, con visión nueva.
La inseguridad en el país ha desgastado a los gobiernos anteriores a pesar de anunciar estrategias novedosas que en nada tenían relación con la realidad. Incluso, se trató de crear el rastreo de armas enviadas a México desde el vecino país del norte para ubicar a los delincuentes. No hubo resultados. Al contrario, fue un fracaso. El remedio fue peor que la enfermedad.
Con la inseguridad no puede improvisarse, de su estrategia dependen vidas humanas. No se trata de vencer a la inseguridad con los mismos sino un cambio de estrategia que implique coordinación y liderazgo. Pueden ser los mismos, pero no hacer lo mismo.
Tampoco puede apostarse a la violación de los derechos humanos en nombre de la seguridad como se hizo en el pasado y así lo advirtió el presidente de la república al decir que con la participación de Ejército en las calles “no pasará como en los tiempos de Porfirio Díaz, que se aplicaba el ‘mátalos en caliente’ o represiones como las de 1968 reconocidas por el propio expresidente Gustavo Díaz Ordaz”.
La actuación del Ejército en este momento se concentra en combatir la inseguridad. Los tiempos de impunidad han pasado. Nuestros militares conforman un Ejército de paz.
La propuesta de intervención de las Fuerzas Armadas en las tareas de seguridad pública será distinta, porque, aseguró, “nosotros no vamos a dar la orden de que el Ejército, la Marina reprima al pueblo”, así lo advirtió el Primer Mandatario.
El mandatario nacional dijo confiar en que las cosas funcionarán porque los soldados son pueblo uniformado. Es decir, “la mayoría, hijos de campesinos, de obreros, de comerciantes, de mecánicos, hijos también de militares”,
Una vez que se añade a las tareas del Ejército salvaguardar la integridad de los mexicanos, los mismos que aplaudieron esas medidas en el pasado ahora las rechazan más por consigna partidista que por convicción.
Las dos razones fundamentales que argumentan los detractores de esta decisión señalan: la primera, durante la campaña se criticó que los soldados no estuvieran en los cuarteles que es donde deberían estar según el entonces candidato a la presidencia de la república. Sin duda tenía razón, obedecía a una situación donde imperaba la impunidad como todos lo hemos constatado.
Además, durante las campañas de proselitismo se tiene una visión sobre una realidad diferente, muy distinta a la que existe dos años después de esa campaña. No sólo cambia la percepción de la realidad, sino la realidad misma. Todo se transforma, a veces de un día a otro.
La segunda argumentación para cuestionar la decisión del presidente de la república radica en que el país se militariza.
En México tenemos cierta idea negativa de esa palabra porque nos recuerdan los reiterados golpes de Estado militares ocurridos en América del sur, que siguen sucediendo, como es el caso de Bolivia, y la intentona de golpe de Estado en Venezuela. Siempre contra una democracia constituida, siempre con la ayuda de Estados Unidos.
Es decir, la palabra militarización de las calles y caminos del país es ahora inadecuada ya que la presencia de los soldados mexicanos no obedece a la violación de los derechos humanos sino a la salvaguarda de su integridad.
Ahora a los panistas les surge repentinamente la preocupación por los derechos humanos, a pesar de que durante los sexenios de sus presidentes fue cuando más violencia se realizó contra la población.
Uno de los argumentos de los conservadores radica en que la presencia de los militares en las calles ahuyentará al turismo, precisamente cuando más lo necesita el país. Una suposición absurda porque dos de los países con más turismo en el mundo son España e Israel, en ambos la militarización es visible y evidente y no por ello dejan de visitar esos países los turistas.
La presencia del Ejército no es para exigir una identificación, ni encarcelar sin motivo. Los soldados mexicanos son parte del pueblo, no son una élite ni forman parte de un segmento de la población lejana al resto de la gente. Es por ello que su visión es diferente, su encomienda es distinta y sus objetivos están planeados con precisión ante el embate de la inseguridad que no es propia de México sino de todo el mundo.
El reto de la inseguridad es mundial. Una realidad que también es transmisible de país en país y contagioso por la movilidad de los grupos delictivos, de tal suerte que esta cobertura deberá ser íntegra y coordinada con otras corporaciones policiacas del país, pero hay una sistemática crítica que trata de impedir gobernar sin conceder ni ceder un ápice de sus ortodoxias y dogmas que arrastran del pasado. PEGA Y CORRE. – Mucho se habla en todo el mundo de una catástrofe financiera, que anuncia la reducción del nivel de vida de la población más vulnerable. Y por qué no hablar de una nueva realidad. De una diferente manera de vivir, de un volver a empezar. El pesimismo, el catastrofismo, la falta de confianza crean en medio de la contingencia mayor desasosiego en la población; y los medios, para variar, le apuestan a lo peor siempre… Esta columna se publica los lunes, miércoles y viernes.
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