No necesita aludirlo por su nombre para entenderse claramente que el mensaje de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) de hace una semana tiene como objetivo el presidente Andrés Manuel López Obrador, su gobierno y su política.
En realidad, se hace eco de la preocupación de los diversos sectores por los problemas del país, por la actitud del presidente contra las instituciones, por su mensaje polarizador –o conmigo o contra mí– y por su falta de diálogo con todos.
Es lo mismo, pero en voz de la más alta jerarquía eclesiástica de México cobra otro peso porque aglutina en una todas las voces de preocupación e inconformidad y da paso al mayor –o acaso el único– contrapeso contra un presidente que muchas veces rebasa la esfera institucional para gobernar y asume el mandato como algo personal.
De cara a la próxima elección, dentro de once meses, la CEM deja muy claro que habrá de jugar un papel activo: impulsará y activará la participación ciudadana, “informada y crítica”, para que la sociedad civil “contribuya con su parte a la promoción del bien común, de manera pacífica, ordenada y responsable”.
Impulsar y activar la participación ciudadana no se puede entender más que como orientarla, desde su doctrina social; y en la práctica, por experiencias de los procesos electorales pasados, es inducir, aunque sin aludir jamás abiertamente a ello, el sentido del voto entre su feligresía, que es mayoritaria en el país.
Entiendo que no es una oposición al gobierno en el sentido en que lo hace un partido político, ni una competencia para disputarle el poder, pero sí un freno, o un intento de freno, a la tentación o al cada vez más reiterado autoritarismo del presidente, quien ha dividido al país entre los buenos, los que lo siguen, y los malos, los que lo cuestionan.
En el punto 4 de su mensaje, la cúpula del clero señala que el actual escenario del país se caracteriza por la falta de diálogo entre los actores políticos, la polarización ideológica, y el riesgo de una insuficiente división de los poderes públicos “que debilita los siempre necesarios contrapesos democráticos”.
O sea, por el hecho de que el presidente no dialoga con propios y extraños, como corresponde a un gobierno que debiera ser plural, que solo ve las cosas desde la perspectiva personal del mandatario y que controla los tres poderes, por lo que gobierna sin contrapesos.
Luego de resaltar la necesidad del ejercicio de la libertad de expresión crítica, los obispos se solidarizan con los comunicadores “que valientemente expresan sus opiniones con verdad y agudeza”. Apuntan que una prensa libre siempre es señal de una sociedad libre.
Es evidente que se pone, del lado de analistas, articulistas, columnistas y periodistas en general que disienten de lo que dice y hace el presidente, quien cada que puede arremete contra ellos y contra los medios informativos críticos. La prensa crítica es el otro gran contrapeso al avasallante poder presidencial, aunque sin tanta influencia como la de la propia Iglesia.
Pocas veces la prensa crítica ha recibido un reconocimiento tan abierto de la CEM, indudablemente porque abiertamente y a diario es la mayor caja de resonancia de las voces de alerta y de preocupación por la forma equivocada en que en varios temas se gobierna, lo que molesta al gobernante pero a veces lo frena.
Pero también los obispos salen en defensa de otra institución que ha estado recibiendo constantes amagos de ser desaparecida por el poder presidencial, el Instituto Nacional Electoral (INE), el órgano encargado de organizar en forma autónoma las elecciones en el país, cuyo surgimiento quitó el control al gobierno, que decidía arbitrariamente el resultado de una votación.
El Episcopado llama a todo el pueblo de México y a todos los actores políticos y sociales que se fortalezca no solo el INE sino también los tribunales electorales.
Argumenta que solamente cuidando con esmero la autonomía de estos organismos se tendrá la certidumbre necesaria para que la voluntad del pueblo sea respetada al momento de definir quién debe acceder a los cargos de elección popular. Y recuerda: “La larga historia de imposición y manipulación de procesos democráticos que caracterizaron en el pasado a nuestro país es un doloroso recuerdo que por ningún motivo debe repetirse”.
El organismo religioso cita un mensaje del Papa al cuerpo diplomático acreditado ante El Vaticano, en el que señaló que el diálogo es como un antídoto para prevenir las actitudes antidemocráticas y que favorece “una auténtica cultura de la democracia participativa y solidaria, representativa y subsidiaria, promotora de la dignidad y de los derechos humanos”.
Alerta que sin ellos, las instituciones, por perfectas que sean, carecen de vida y se convierten con facilidad “en espacios para el arribismo y el oportunismo populista en cualquier ámbito de la vida social”. En clara indirecta con el discurso casi diario de AMLO, exhorta “a eliminar todo discurso que promueva el odio, la división, la exclusión y que ahonde en la separación, fragmentación y rencor social”.
Los jerarcas religiosos no dejan de expresar su respeto por las opciones sociales y políticas elegidas libremente, otorgan una alta consideración a la democracia, citando a Juan Pablo II, “en tanto que asegura la participación ciudadana en las opciones políticas y garantiza el control de los gobernados sobre sus gobernantes, así como la posibilidad de sustituirlos de manera pacífica”.
Rematan este apartado anunciando que: “Como Pastores nos incumbe impulsar y motivar la participación ciudadana, informada y crítica a la luz de la Doctrina social de la Iglesia. No dejaremos de promover que la sociedad civil contribuya con su parte a la promoción del bien común, de manera pacífica, ordenada y responsable”.
El documento es de gran actualidad por la presencia de la Iglesia en la vida de México, país inmensamente católico; porque si bien puede que no logre que toda su feligresía siga sus orientaciones, sí puede influir para que la mayoría lo haga y determinar el resultado en estados, distritos y municipios, se entendería que contra los candidatos de Morena.
En once meses habrá de verse la fuerza de este partido y su gobierno.
Solidaridad con los desempleados
En su mensaje, el Episcopado expresa su preocupación y su solidaridad por y con los enfermos de covid-19; por quienes se han quedado sin empleo; contra la violencia que, dicen, es la única que no está en cuarentena y sigue su estela de muerte; y por las grandes carencias y desigualdades del sistema educativo nacional.