Los motivos de la gente para hacer cosas impensables son fáciles de comprender, aunque pudieran no ser fáciles de justificar; como la reacción de los aficionados de un equipo de futbol que de forma espontánea acuden al Ángel de la Independencia a darle de vueltas gritando de felicidad y agitando banderas de su equipo. Transcurrido un tiempo que pudiera no ser tan breve, la gente vuelve a sus rutinas satisfechos de la oportunidad de expresarse libremente y dejar desbordar la emoción por el triunfo de su equipo favorito.
Hay otros motivos que son todo lo contrario, porque lo que impulsa a la gente a salir a las calles con un destino que pudiera ser una oficina o dependencia gubernamental, es el reclamo por una injusticia y los actuantes son los directamente afectados; sus expresiones faciales y verbales no tienen nada relacionado a alegría o felicidad y sí a dolor, frustración y coraje.
En tiempos electorales, es normal ver la movilización de contingentes que “apoyan” a un candidato a determinado cargo y que tratan de “motivar” a otros a sumarse a ese “apoyo” y que éste se vea traducido en votos que le den la victoria.
Este contingente puede ser mixto entre voluntarios y acarreados, lo que se puede demostrar con la circulación de “estímulos” como suvenires que contienen tortas, jugos y dinero como “pago” de intercambio por la voluntad comprada.
En las calles cercanas al evento hay decenas o centenas de autobuses en las que los acarreados son trasladados, en un descaro total que pone en evidencia la falsa espontaneidad de los manifestantes. Simulación que a nadie importa y que todavía se atreven a publicar las fotos del contingente como un gran logro del “arrastre o popularidad” del personaje central.
El pasado domingo 13 de noviembre miles de personas salieron a las calles en más de 60 ciudades y el mayor contingente se concentró en la CDMX, con un motivo concreto y puntual de defender a la institución electoral y con ello a la democracia de nuestro país.
No hubo autobuses, no hubo tortas ni refrescos y mucho menos hubo “pago” por la asistencia; no se elogió ni atacó a ningún personaje; no hubo ningún tipo de disturbio que manchara esa espontánea reacción ciudadana.
Todas las movilizaciones tienen un claro objetivo; pero la que está programada para el próximo domingo 27 no está del todo claro.
Existe la percepción de un capricho de revancha por la movilización del 13N y que se expresa en “apoyo o respaldo” al presidente, pero no se sabe cuál pudiera ser un resultado esperado por dicha manifestación; los asistentes no se cree que sean voluntarios y la mayoría puede ser de trabajadores de confianza y algunos de base de los gobiernos estatales y municipales donde gobierna el partido del presidente, los cuales estarán obligados y hasta pudiera ser que vayan costeando los gastos de traslado de sus propios sueldos.
Es la exhibición de una moderna esclavitud y presagio de lo que pudiera convertirse en una práctica normal en un futuro cercano.
Por lo pronto, no se necesita ser un genio para darse cuenta del enorme derroche económico que sin mayor beneficio para México se tirará ese día a una alcantarilla de la historia. Porka Miseria.