El frío de la temporada, aveces con neblina y lluvia, hace acogedora a nuestra ciudad; tiene rasgos especiales. Acentúa la predisposición a confinarse. Es el clima ideal para tomar café y la lectura. También tiene tonos grises; convivimos con la nostalgia. Estos tiempos de pandemia acentúa todo, lo mejor y lo peor de nosotros. El frío hace estragos en amplias capas de la población que habitan casas precarias. No se puede apelar sólo a su lado romántico. Aunque tiene mucho de eso. Casi nadie escapa a una atmósfera de tristeza. Elevada desproporcionadamente por los estragos del virus, que nos han arrojado enfermedad, muertes y miedo. El frío obliga a buscar calor; en su calma nos hace reflexionar. Pensando y comunicándonos resistimos mejor. Afloran los buenos sentimientos; así nos hacemos mejores y conservamos una íntima alegría, la que inspira vivir.
XALAPA vive momentos de tristeza, de más grises que nunca. Sin su niñez y juventud en las aulas perdió brillo y alegría. Siendo una ciudad esencialmente juvenil y estudiantil, sede de su mayor universidad pública, ha perdido la chispa, el ruido y las risas de ellos. Cuando se abren las escuelas hay mucha movilidad y concentración del estudiantado, pero también campos deportivos llenos, cines concurridos, cafeterías y bares en animadas charlas, salones de fiestas en activo y mucha juventud caminando en parques y calles del centro histórico. La gran pérdida de vida social, además del descenso formativo y anímico, está en el obligado cierre de las escuelas, nunca tan valoradas como ámbito de actividades e interacción del estudiantado.
Como todo el mundo XALAPA resiente la falta de convivencia familiar y social, la falta de reuniones amplias y de fiestas. Hay quienes han roto con esas prácticas de responsabilidad social pero son los menos. Se nos ha impuesto la convicción de la sobrevivencia y el acceso inmediato del sentido común. Esas carencias inesperadas y descomunales despiertan miedos e incertidumbre. Son tiempos tristes. Pocos motivos para sonreír, para festejar y estar alegres, salvo por estar vivos, que ya es fundamental en si mismo. Sin fomentar la tristeza, no hace falta, al contrario, es ineludible aceptar la dureza de este momento. Los matices al triste gris están en nuestra dignidad, en nuestros seres queridos, en la fe, en la apuesta por la ciencia, en la alegría de nuestra niñez y en la luz que se puede avizorar con la creación de las anheladas vacunas.
En esta pandemia, la peor crisis de nuestra vida, hemos andado casi solos, valiéndonos por nosotros mismos. Hemos contado con los valiosos integrantes del personal de salud, a costa de su elevado sacrifico, pero nos faltado un liderazgo cercano, confiable, profesional y eficaz. Han sido tiempos severos, de caídas graves, aveces de oscuridad total. Entre el negro de la muerte y el gris de la tristeza, caminamos de la mano, fría y temblorosa, con la última. Sin resignación pero realistamente hemos aprendido mucho de nuestras circunstancias. Son varios meses, casi un año, de sorpresas negativas y preocupaciones mayores. Se nos impuso la tristeza, inevitable. Pero viviremos para contarlo, viviremos para ser felices. Volverán las risas y la música de nuestra niñez y la juventud. En lo más inmediato que sea posible deberemos emprender miles de acciones de fortaleza multicolor de nuestra comunidad xalapeña. La lucha para ya es por una XALAPA alegre.
Recadito: tantos diputados y tan pocos resultados.