Las crisis

’05/06/2025’
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Vivimos tiempos de revelación de procesos que permanecían ocultos. El desorden, los antagonismos, los conflictos han aparecido en escena de manera rotunda. Las discontinuidades y rupturas son ahora las caras visibles de las formas en que ha evolucionado la sociedad mundial. También dan rostro a las situaciones que estremecen a las sociedades particulares o naciones.

Vivimos momentos de grandes decisiones. Estamos inmersos en puntos de inflexión, con diferentes velocidades y en aspectos diversos de la vida social.  Lo mismo a escala de la globalización que en los territorios nacionales. Todo al mismo tiempo. Aparecen niveles de regresión de conocimientos, al tiempo que se abren las posibilidades de descubrir y poner en práctica nuevos conocimientos. Las crisis forman un tejido de vínculos entre problemas de diversa índole que se encabalgan sobre múltiples disciplinas de conocimientos. (Edgar Morin. Sociología. A. Fayard, 1995).

La sociedad planetaria y las sociedades nación viven crisis en cadena, múltiples, no sucesivas sino simultáneas. Esta simultaneidad ha paralizado sus mecanismos institucionales flexibles para resolver sus conflictos y ha aparecido una rigidez de pensamiento que bloquea las posibilidades de reorganización y las salidas negociadas a cada una de las crisis. Las complementariedades entre naciones y entre empresas, entre sociedades y gobiernos se han convertido, en muchos casos, en competencia, en concurrencia y en antagonismos.

Hungría y Turquía. El Salvador y Argentina. Estados Unidos y México. Y también Italia e India. Más decididamente Rusia, China, Cuba, Venezuela, Nicaragua viven bajo regímenes claramente autoritarios. Pero en todos estos países y en algunos otros la democracia sufre agobios que muchos expertos han nombrado como proto fascistas o como democracias iliberales.

¿Será que, parodiando a K. Marx, un nuevo fantasma recorre el mundo, el fantasma del fascismo? ¿O que la pandemia dejó como herencia un virus político que ha infectado a muchos países, que han visto ascender al poder a hombres y mujeres enfermos de “ubris griega”, es decir, de la desmesura que desquicia su mente y la trasladan en diferentes grados a los regímenes democráticos? ¿Será posible afirmar que la democracia está infectada de ese pernicioso virus pero que esa enfermedad es el reflejo de un problema más profundo que está en el núcleo de los males contemporáneos?

Para esta columna las enfermedades que carcomen a los sistemas políticos de la democracia son el resultado de un mal mayor. Sostiene como hipótesis que las enfermedades de la democracia han aparecido como resultado de la nueva revolución que vive el sistema económico. Sin dar el peso absoluto al determinismo marxista, la de la llamada sobredeterminación de la infraestructura sobre las superestructuras, esta columna sí concede más peso a los males que han causado, causan y causarán las transformaciones en las maneras de producir bienes y de servicios, con su redistribución de las riquezas producidas, gracias a la nueva revolución tecnocientífica.

La hipótesis central es que esta mayor influencia ha producido desajustes entre la modernización de los seres humanos, las formas democráticas de gobierno y la producción de bienes y servicios que deben ser bien gerenciadas o administradas por un Estado eficiente y eficaz, que ha perdido capacidad de gerencia y su centralidad. Y por esta pérdida no sabe cómo enfrentar y resolver los cambios simultáneos, mutuamente influyentes y concatenados que afectan a los ciudadanos, tanto a escala de la sociedad internacional, como nacional y a sus comunidades.

El Estado victorioso moderno ha sabido organizar los cambios que se entrecruzan surgidos de la producción de la prosperidad de sus gobernados, con la modernización de sus conductas y comportamientos en el marco irrestricto de apego a las leyes, y con los gobiernos democráticos, es decir, Estados que gestionan las acciones de competencia y cooperación entre los seres humanos en el seno de sus naciones.

Que la cara visible de las crisis sea los desfallecimientos democráticos, no significa que, centralmente, el problema de fondo sea político. Para esta columna, reitero, la crisis de fondo está enraizada en los problemas de orden económico o más ligados a la producción de bienes y servicios, que afectan la modernización de los seres humanos generándoles diversos malestares, de marginación y exclusión por supuesto y no solo de ingresos sino de expectativas y formas de vida, de generación y reproducción cultural.

Los perfiles de esta nueva sociedad están constituidos por las formas de informarse, que han cambiado drásticamente gracias a la desaparición del dominio centralizado de los antes llamados diarios nacionales y/o de la radio y/o de la televisión. La nueva sociedad tiene múltiples fuentes de información, que dan acceso a la información en tiempo real a los sucesos sobre los que informan.

En este caso la <<forma de producir>> noticias e información en general cambió radicalmente gracias al Internet y a la revolución derivada de la extensión sin límites de los teléfonos celulares.

También el Internet está en los cambios radicales del comercio (el Internet de las cosas). Y junto con la computación los servicios de salud, de diversión, deportivos y de esparcimiento que también cambiaron sustantivamente.

En el ámbito de la producción de bienes materiales el Internet, la computación y los celulares han generado un nuevo mundo con la organización en red de las infraestructuras productivas, en el mundo laboral, en la programación de la obsolescencia planificada que marca nuevas pautas en el consumo.

La sociedad planetaria, esa que el presidente de Estados Unidos con sus aranceles y el proteccionismo nacionalista busca redefinir, para regresar a un estadio de protección nativa, no podrá desaparecer porque las condiciones tecnocientíficas de producción y distribución de bienes y servicios exige nuevas formas de trabajo, gracias a dos factores que determinan la vida moderna de todas las sociedades. Estamos hablando de que la sociedad planetaria está inmersa en una nueva era de la cual, por el momento, no puede escapar: la era en que la concurrencia o competencia prima con rango superior, acompañada de la productividad.

La etapa de la globalización, de la producción científica, de la modernización masiva de seres humanos y de gobiernos democráticos creó una enorme contradicción. Gracias a estos y otros factores generó el periodo de máxima prosperidad que sacó a millones de personas de la pobreza, como nunca en la historia de la humanidad. Y, por otra parte, generó una acumulación de riqueza exorbitante en unas cuantas manos que creo la categoría de los milmillonarios. Integró una clase media de miles de millones de personas. Pero también canceló las posibilidades de bienestar de otros millones de personas.

En la sociedad que se perfila para ser el eje de la producción y el consumo en este siglo comprende, del lado de la modernidad, la producción en masa de mujeres y hombres con altos estudios y con habilidades tecnomanuales de alta calidad, dispuestos a trabajar por cuenta propia o en empresas, pero siempre sometidos a las duras exigencias de la competencia o concurrencia y a los agotadores rendimientos de la competitividad.

Del lado de la obtención de prosperidad y bienestar, que se conocen comúnmente como desarrollo, las naciones están obligadas a invertir y crear infraestructuras altamente performativas y también las condiciones de respeto irrestricto a las leyes, más la promoción de la innovación permanente, y a la creatividad floreciente, con un sustento científico y tecnológico comandado por la Inteligencia Artificial.

China ha demostrado que se puede generar riqueza y modernizar a millones de personas respetando las leyes para crear una nueva clase media, aunque sin hacer de su sistema de gobierno una democracia. El llamado mundo occidental considera vital regir su vida política y social a través de los mecanismos democráticos.

Por el momento, muchos países que tienen una tradición democrática se han visto envueltos en conductas que anticipan un funcionamiento con bases fascistas y de talante autoritario. Es claro que sus élites actuales no son las más inteligentes y racionales de su historia. En casos como México, el extravío autoritario lo pagarán todos sus habitantes. Es claro que además de ser antidemocráticos, los morenistas gobiernan sobre una sociedad mayoritariamente antimoderna y con un sistema productivo que no esta a la vanguardia de la nueva era.

francisco.montfort@gmail.com

 

 

 

 

  

 

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