Todos los partidos políticos mueren al final tragándose sus propias mentiras.
John Arbuthnot
Da penilla escuchar a la presidenta en las homilías mañaneras, insistiendo en moldear los comportamientos de sus referentes políticos internos, apoyada en las “verdades” que fundan la cuarta trasformación. Dice muy seria, “en el poder se debe ser humilde”, “se debe hablar con verdad”, dice que lo superfluo no encamina la nueva moral que llegó con el arribo de quienes pretenden “transformar a México”, iluminados con el faro del supremo líder.
Ella da su discurso a nivel nacional y nadie a quienes se dirige parecen acusar recibo de los decálogos anteriores y actuales. Aquellos primeros, los del sexenio ´pasado, fueron claramente fundamento de la hipocresía y la simulación que hoy sale como pudrición, diría el hermano. Los actuales mandamientos, no son muy distintos, pues aparecen como el continuo de los engaños que se quieren reforzar en una vida falsaria. Son o parecen malas bromas, tanto para muchos de afuera de los rediles del poder, pero más aún para los poderosos baluartes de la 4T, que en cualquier nivel que revolucionariamente detentan no prestan atención ni decoro ante los llamados de la que debiera ser su dirigente máxima, la cual solo tiene solo el bastón.
La tríada fundacional del morenismo es letra muerta. Aquí y ahora las antítesis reclaman su espacio en una realidad brutal y descarnada de ejercicios de esa nueva clase política gobernante que, ufana, se asume como representante de una sociedad cansada de las arbitrariedades, la corrupción, el despotismo y la simulación. La paradoja es que ahora son ellos los arbitrarios, corruptos, déspotas y simuladores, protegiendo a sus miembros “distinguidos” al grito de “no estás solo”, protegiéndolos, arropados en un espíritu de clan mafioso, ante sus ilegales e indebidos quehaceres dentro y fuera de sus encargos.
En sus actividades administrativas y políticas, las y los “nuevos y diferentes” dejan en claro los niveles de desaseo y suciedad en los que se revuelven soberbios, prepotentes. El poder y la representación que ostentan, se despliega arrogante, desbordada, ignorando lo que les pide la voz presidencial, esa que se apaga o se olvida en medio del ruido de los viajes al extranjero en primera clase, prefiriendo tomar decisiones que dejan ver y sentir para qué sirve el poder.
Aunque el poder del que gozan abiertamente, sin humildad como pide la presidenta, les sirve también para sentenciar y castigar públicamente hasta la desmesura, a ciudadanos que no los admiran, ciudadanos que todavía creen poder opinar y ejercer sus derechos ciudadanos, humanos, su libertad de expresión. Ahí entre otros, los indignantes ejemplos de Noroña o del Dato Protegido, quienes desde sus nichos de poder reclaman su intocabilidad ante cualquiera que les quiera señalar o acusar.
¿De cuál humildad estará hablando la presidenta? Porque la vocación del servicio público y la justa medianía se encuentran ausentes de los escritorios y curules de los nuevos gobernantes y representantes sociales. No obstante, mientras maltratan a sus detractores o suceden las peores vejaciones a los ciudadanos por criminales a los que no se persigue, estos personajes se dan el lujo político de destinar tiempo y recursos públicos para publicar esquelas o guardar minutos de silencio o aplausos para sus artistas muertos favoritos, demostrando el nivel de banalización en el que disfrutan el ejercicio de sus encargos.
Presenciamos una comedia bufa protagonizada por los representantes “genuinos y únicos” del pueblo, que ignoran los dolores de miles en muertes y violencias que les pasan desapercibidas, o que minimizan porque son purititas ganas de molestar de los opositores que buscan lastimar ese gran proyecto de un México feliz que ellos y solo ellos representan.
Y entonces, cuando la presidenta dice que no se encubrirá a ninguna persona que cometa delitos, surge la pregunta sarcástica de ¿con cuántos compañeros morenistas se quedará?
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
¡Miserables! ¡Les guste o no! …lo bueno es que estamos en contra del discurso de odio.
