LECCIÓN DE DIGNIDAD

’23/11/2024’
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Hace tres años ocho meses, publiqué en el número 5 de la Revista “JURISTA”, un artículo sobre el tratadista argentino Carlos S Fayt, que entraña una lección de dignidad para los abogados, particularmente los encargados de impartir justicia. Me parece que es oportuno  recordarlo para que lo lean los magistrados del Tribunal Superior de Justicia de nuestro Estado, a quienes se les quiere jubilar en razón de la edad, al superar en su mayor parte siete décadas de existencia, lo que según parece aceptan sumisamente.

Ojalá les sirva este ejemplo de vida de un hombre bueno y sabio, que en defensa de su gremio, no aceptó que se le quisiera jubilar como Ministro de la Corte Suprema de la República de Argentina, al cumplir 75 años de edad, después de ejercer el cargo por 19 años, interponiendo una controversia constitucional contra la reforma constitucional que lo establecía, contando con el apoyo de su gremio, obteniendo sentencia favorable que le permitió seguir como Ministro hasta los 97 años de edad.

 

CARLOS S. FAYT: JUEZ UNIVERSAL AL SERVICIO DEL DERECHO

A sus 96 años de edad sigue laborando como Ministro de la Corte Suprema de Argentina

 

Primera Parte

Conocí, en persona, a Carlos Santiago Fayt en la primavera del año de 1980 con motivo de su asistencia al Congreso Internacional de Teoría del Estado, celebrado en la Ciudad de México, del 7 al 11 de abril. Para mí, contactarlo era primordial, porque venía precedido de un prestigio académico enorme y de un halo de sabiduría fuera de lo común, derivado de la fama que logró por la publicación de sus libros de Derecho Político, Teoría Política, Democracia, que, en conjunto, sumaban más de 30 obras, consideradas -desde entonces-, como fundamentales en las escuelas y facultades de las universidades de América Latina y de todo el mundo.

 

Argentino de origen, Fayt se convirtió en un referente obligado para los estudiosos de la Política, Derecho Político, Ciencia Política, Derecho y Teoría de la Democracia. El primer encuentro, durante la ceremonia de inauguración del Congreso fue más que afortunado y presagió el inicio de una relación amistosa que al paso de los años se robusteció y se consolidó en un vínculo académico y de trato personal impregnado de afecto y de consideraciones recíprocas.

 

En el inicio de la década de los ochentas, había terminado mi tesis doctoral intitulada “Derecho Electoral: Instrumento Normativo de la Democracia”. Ubicar material para su elaboración fue una empresa verdaderamente ardua y laboriosa. En el comienzo, me dirigí a la Editorial Porrúa, en la calle de Donceles y Argentina, para adquirir todo el material necesario. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando Don José Antonio Porrúa -con cierto humor-, palabras más, palabras menos, me comentó “no es muy complicado apoyarlo, por una sencilla razón, no existe nada al respecto, pero pase usted a nuestras bodegas para ver que le puede ser útil de los libros existentes en su labor de investigación”.

Fue así como descubrí -por primera ocasión-, al maestro Carlos Santiago Fayt, a través de los innumerables textos de su autoría, relacionados en general con el Derecho Político y materias afines. Pero en ese momento, jamás me imagine que aquel encuentro así iniciado, se convertiría un día en un dialogo académico y en una relación fraternal de larga duración, pleno de fecundas enseñanzas.

 

Después de la solemne inauguración del Congreso realizada por el Lic. José López Portillo, Presidente de la República, le invité a mi domicilio. Como dije, me encontraba en los preparativos finales de mi tesis doctoral, que presentaría en la Facultad de Derecho de la UNAM. Por esa razón, sobre mi escritorio estaban muy a la mano sus obras. Cuando el célebre maestro las vio y advirtió que habían sido consultadas como parte medular en la elaboración de mi capitulado, se llenó de alborozo y, según supe tiempo después, le motivó, dentro de su trance anímico por la reciente pérdida de su cónyuge, para apreciar que el trabajo que había venido realizando no era inútil, que sus ideas y reflexiones eran seguidas y aprovechadas por discípulos anónimos de diferentes partes del mundo. Constataba -como maestro- que sus pensamientos eran como semillas sembradas en el surco del tiempo y el espacio, esparcidas fructíferamente en el universo de la academia.

 

Cuando le comente que el tema de mi obra, “Derecho Electoral”, básicamente intentaba sentar las bases de una nueva disciplina del derecho, concebida como un área distinta y autónoma de su corpus, el maestro se emocionó y aceptó prologar la edición que se publicaría tres meses después. Por supuesto, el prólogo resultó ser una bellísima pieza de prosa jurídica-política, que entrañaba lecciones desbordantes de libertad para un continente, entonces lacerado por las constantes irrupciones golpistas generadas por la opresora bota militar.

 

Aún hoy, éste prólogo conserva la frescura y la claridad de su pensamiento democrático. En justa gratitud a su generosidad, debo de comentar, además, que el ilustre maestro, no solo escribió la nota introductoria, sino que fue testigo de honor de mi examen, trasladándose -expresamente-, desde la Ciudad de Buenos Aires a la Ciudad de México. Ese fue, todo un gesto de camaradería y de solidario apoyo académico.

 

Cinco años después de aquel primer amistoso encuentro, durante mi campaña a diputado federal por el entonces XVI distrito de la ciudad capital de nuestro país, fui invitado a poner en funcionamiento una caseta de telefonía internacional dentro de un comercio ubicado en la calle Concepción Beístegui, en la Colonia del Valle. Para darle mayor realce al evento, se me ocurrió que venía muy al caso saludar -en la primera llamada-, al reconocido maestro y amigo argentino. La idea fue, sostener una conversación sobre el tema “El Porvenir de la Democracia en América Latina”. El enlace resultó un éxito porque durante 20 minutos, fue difundida instantáneamente con la ayuda de altoparlantes y un micrófono abierto. De esa forma más de 500 electores presenciaron, “en vivo”, el conceptuoso discurrir del afamado expositor, en el que su idea central fue la necesidad de “democratizar la democracia” en los países latinoamericanos. Lo recuerdo como uno de los eventos más significativos y transcendentes de aquella justa electoral, de la que gracias a ese tipo de actos, salí triunfante, no obstante que se trataba de un enclave opositor.

 

Segunda Parte

 

Fayt tiene hoy, 96 años de edad (cumplidos el primero de febrero) y estoy seguro de que se trata de un caso único en el mundo de la judicatura. Su vitalidad es asombrosa. La lógica de sus razonamientos es impecable y su autoridad moral, como servidor público -y como persona-, es y ha sido, intachable. Sólo debo de explicitar que en estos días se sigue desempeñando como Ministro Decano de la Corte Suprema de Justicia de la Argentina. Acumula treinta y un años de servicios ininterrumpidos, acude a todas las audiencias del alto tribunal y, durante todos esos años, no se recuerda que haya faltado a una sola de las reuniones del órgano colegiado.

 

De manera increíble, el año pasado, la presidenta Cristina Krishtner lo mal adjetivó como “el ministro centenario”. El connotado jurista, con el especial sentido de humor que lo caracteriza, respondió ante la prensa diciendo “centenario yo, todavía no, aún me faltan cinco años”. En el fondo de aquella denostación se encuentra una “razón” que maliciosamente merodea en muchas instituciones contemporáneas: considerar que una persona, después de cierta edad –y por ese hecho- debe de retirarse de la vida académica y/o productiva.

 

Pero la vigencia del encumbrado maestro y ministro está fuera de toda duda. Aún, si el parámetro para calificarlo fuese sólo el de la productividad, abona a su favor que su incansable trabajo lo llevó a resolver una gran cantidad de casos en su Sala, lo que le ubica como un verdadero fenómeno en el campo de la judicatura de todos los tiempos. En los Estados Unidos de Norteamérica -el país de la productividad-, la Suprema Corte dio solución a un número muy reducido de expedientes en ese mismo lapso.

 

El asunto de su pretendida remoción ha sido uno de los casos más paradigmáticos en la historia del litigio dentro de los tribunales de la Argentina. La confrontación jurídica, derivada de la acción declaratoria de inconstitucionalidad, se dio a través del célebre juicio: Fayt, Carlos Santiago vs. El Estado Nacional. Para presentarlo, de una manera más que resumida, debo apuntar que a los ministros se les pretendió separar de su cargo con base en una reforma constitucional que fijó como límite, para el retiro forzoso, la edad de 75 años.

 

Pero en su resolución, la Corte Suprema de Argentina estableció la irretroactividad de la disposición, en virtud de que el maestro fue designado en 1983, cuando aún no existía esa limitación. Además, el texto de la sentencia apuntó la inconveniencia de la intervención de otro poder, en la vida institucional del poder judicial, por atentar contra el principio de independencia y por socavar la inamovilidad de los jueces al considerar que “el sistema constitucional de designación de los jueces y las leyes que reglamentan la integración de los tribunales ha sido inspirado en móviles superiores de elevada política institucional con el objeto de impedir el predominio de intereses subalternos sobre el interés supremo de la justicia y de la ley”.

 

El asunto quedó fuera de toda discusión, pero hoy, a la luz de la plenitud alcanzada en la vigencia de los Derechos Humanos y de los instrumentos internacionales que los protegen, pienso que bien pudiera argumentarse que una disposición que limite el ejercicio profesional de una persona, en base a la exclusiva consideración de su edad, es además, violatorio de esos derechos fundamentales por resultar discriminatorio, restrictivo e infamante. No se puede excluir a alguien por llegar a cierta edad. La acumulación de años no debe ser motivo de deshonra, sino expresión de una considerable experiencia al servicio de la sociedad.

 

Las limitaciones pueden provenir de otro tipo de reglas. La edad solo debe de ser considerada como causa suficiente para el retiro cuando sea evidente la disminución de las facultades de una persona en relación con el trabajo que desempeña. Pero si no hay mengua, no debe de existir rechazo. Carlos S. Fayt ha dicho “que tiene la fuerza necesaria para seguir desempeñando su trabajo”, agregando que lo hace “porque quiero al país, por amor a la Patria. En realidad, yo soy juez desde hace 28 años (ahora 31) y me voy a ir cuando crea que la Nación ya no me necesite, porque tengo bien claro que aún puedo servir al Poder Judicial”.

 

Carlos S. Fayt sigue siendo un hombre que ha hecho de la abogacía un apostolado, que lucha permanentemente por los derechos humanos, la libertad y la justicia, para seguir defendiendo a su República. Él es un caballero que sigue demostrando -todos los días-, que a pesar de sus 96 años, todavía puede seguir siendo útil mientras conserve la lucidez y la energía. Con su triunfo, el maestro continúa prodigando quijotescas lecciones de vida, señalándonos -además-, que todos los abogados, deben conservar siempre su dignidad como juristas.

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