Como Juárez, pero en modo dictador, Andrés Manuel López Obrador, pretende morir en Palacio.
Por enésima ocasión, quien hoy se victimiza con un “ya estoy chocheando”, escucha el canto de las sirenas, como sucedió con sus pares en otros momentos de la historia.
So pretexto de que la ciudadanía “me pide reelegirme como presidente, pero ¡No!” –(Sic) #Mañanera 13/V/2021-; o, en otro momento, en junio del año pasado en la región de La Montaña, en Guerrero, cuando sus seguidores le gritaron “¡Otros seis… otros seis”! ante quienes se dejó querer.
O muchas voces más a las que se suman sospechosas pintas en bardas de las capitales de las 22 entidades que gobierna Morena, donde imploran que siga.
Inolvidable esa promoción del propio AMLO el año pasado, en favor de extender el mandato del titular de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar, quien finalmente tuvo que abdicar a tal pretensión por el repudio nacional generalizado.
Presente ese consentimiento de Palacio en favor de Jaime Bonilla, gobernador del estado de Baja California, quien en el 2020 intentó extender su mandato dos años más cobijado en la “Ley Bonilla” no contando con que la Suprema Corte echaría abajo su pretensión.
Para el registro queda asimismo ese grito de guerra del morenista Félix Salgado Macedonio, uno de sus amigos más cercanos quien se dio el lujo de imponer a su hija como gobernadora del estado de Guerrero, en el sentido de que “¡Hay AMLO para 2024 y más” luego de proponer la reelección de López Obrador.
Ello de la mano de la por demás extraña precisión del propio jefe del ejecutivo hace unos días, de que “no me va a dar tiempo de acabar con la corrupción”.
Todo como parte de una estrategia, un buscapiés en donde el presidente mueve sus fichas, las “corcholatas” al desgaste al quedarse destapadas, pero sin botella”.
Esa es el presidencialismo de hoy en donde habría que regresar a las páginas de los mandatarios embriagados de poder en señalados esfuerzos por echar abajo el mandato constitucional de la “No Reelección”.
Y es que el perpetuamiento presidencial en México ha sido históricamente el fruto prohibido, desde la última vez que se consumó reelección, en 1910, con el Presidente Porfirio Díaz.
Luego vendrá Obregón, quien logró incluso que el Congreso cambiara la Constitución para derogar la prohibición para reelegirse. Sin embargo, ya como Presidente electo, fue asesinado.
Después siguió la presidencia de Calles (1924-1928) con el periodo conocido como el “Maximato” (1928-1934), donde el “jefe máximo de la Revolución” gobernó de facto por medio de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez.
Sin embargo, cuando el general Cárdenas llegó a la Presidencia, a Calles lo sacaron una noche en pijama de su casa directo a un avión con rumbo a Estados Unidos.
Miguel Alemán también lo intentó luego de establecerse el primer gobierno civilista.
Cuenta la historia que Alemán buscó a los ex presidentes Portes Gil, Abelardo Rodríguez y Lázaro Cárdenas para que avalaran la reelección, a lo que el general Lázaro Cárdenas le mandó a decir que lo considerarían.
Sin embargo, la urgencia de Alemán Valdés era tal que envió a su Secretario de la Defensa Nacional, Gilberto R. Limón, a pedirles a los ex presidentes que se definieran de inmediato.
Sin inmutarse Portes Gil, le respondió a nombre de sus pares que “Si es tal la pretensión del señor Presidente Alemán, creo que en igual proporción estamos los ex presidentes ¿no le parece?”.
Se acabó el sueño alemanista.
No se supo más de ambiciones transexenales hasta con Luis Echeverría, quien pretendió seguir influyendo desde su residencia de San Jerónimo, hasta que el secretario de Gobernación, Jesús Reyes Heroles, puso un alto de tajo, sugiriendo a al presidente López Portillo enviarlo “de vacaciones” con el nombramiento de embajador a las lejanas Australia y Nueva Zelanda.
Los siguientes rumores transexenales fueron en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, donde no pocas voces de periodistas, intelectuales y ciudadanos en general, ante el éxito económico y reformador de su gestión, sugerían cambios constitucionales para permitir su eventual reelección.
Salinas al cuarto año de su mandato presidencial tenía una popularidad superior al 90% entre la ciudadanía, mayor a la que hoy presume el Peje de un 62 %, sintió por tanto, que todo estaba listo para reelegirse.
El sueño de Salinas tendría un fin abrupto cuando el entonces Procurador General de la República, Ignacio Morales Lechuga fue entrevistado –a finales de 1992- en torno al afán reeleccionista del presidente.
“Yo como abogado de la nación, celoso respetuoso de las leyes no podría opinar otra cosa que invocar al mandato de la ley que alude la No Reelección”. Al día siguiente el Procurador sería llamado a “Los Pinos” en donde el Presidente le demandaría su apoyo a lo que el abogado le respondió que no era su colaborador, es decir, un Secretario de Despacho. “Entonces, ¡Ayude a su amigo!”, a lo que el Procurador le devolvió con toda cortesía: “Señor Presidente le pido entienda que quien defiende la ley no puede ir en contra de ella”.
Antes de retirarse de la oficina presidencial, Morales Lechuga le dijo: “Señor, quiere que le deje mi renuncia”, al tiempo que sacó el documento de uno de los bolsillos de su saco. “Yo le avisaré, señor Procurador”, le respondió.
Días después, al arranque de enero de 1993, se anunciaría la renuncia del Procurador.
Ya para 1996 con las reformas político electorales y la llegada de la alternancia política a la Presidencia, volvieron las ambiciones transexenales, siendo estas mucho menos disimuladas por parte de la primera dama Marta Sahagún de Fox quien quería la herencia.
No le dio.
Algo parecido le sucedió al ex presidente Felipe Calderón en 2018, cuando albergó inquietudes transexenales, por medio de su esposa Margarita Zavala, quien se quedaría en el camino.
Hoy el apetito lo trae AMLO, un viejito chocho que levanta su temblorosa mano con el meñique torcido reclamando: “¡Quiero!”
Tiempo al tiempo.
*Premio Nacional de Periodismo