Los invisibles, los olvidados, los desaparecidos

’30/03/2025’
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“El hambre mata a más personas que el COVID” fue el dato que ha resonado toda la semana en mi cabeza después de una junta para la realización de una campaña. No dejo de pensar en cómo ante una pandemia movilizamos al mundo entero, pero no hacemos lo mismo para las condiciones de extrema pobreza. ¿por qué? ¿qué hace que unas vidas valgan más que otras?

Hay múltiples estudios de economía y sociología que nos hablan de la desigualdad y como aún en sistemas donde públicamente se aboga por una sociedad equitativa, al final el poder y por ende los privilegios terminan cayendo sobre unas cuantas personas.

Preferimos la desigualdad, aunque digamos lo contrario, así se titula uno de los ensayos de François Dubet, donde destaca cómo el individualismo nos lleva a pensar en un bienestar personal por encima del colectivo, dejando de lado las necesidades sociales y priorizando la meritocracia. Esta ideología se cruza ante la realidad social donde anhelamos equilibrio, pero no a costa de nuestro desarrollo personal. Lo anterior es importante pues en medio del contexto de México también se vincula a un país cargado de omisiones e indiferencia.

¿Por qué persiste la pobreza? Por el temor a ser desplazados, por discursos separatistas que funcionan para el dominio mediante la desinformación, tal como ha ocurrido en Estados Unidos, pues tendemos a desconfiar de lo diferente y nos compramos la idea de que las oportunidades son limitadas, nos aterra ser los siguientes o no tener suficiente para sobrevivir la semana y es justo en medio de estas ideas que hay huecos que aprovecha el crimen organizado, resulta fácil reclutar con promesas de un futuro mejor a quien de por si nunca ha sido escuchado.

En el mundo 44% de la población vive con menos de 6 dólares al día, lo que ya se considera una situación de pobreza, sin embargo 10% vive en situaciones de pobreza extrema. Y ni hablar de quienes se encuentran en situación de calle. Para empatizar un poco con la omisión que desempeñamos de manera cotidiana basta un simple ejercicio que se replica en el Museo de Memoria y Tolerancia de la Ciudad de México, donde después de ver un video musical te preguntan cuántas personas en situación de pobreza has notado y evidentemente nadie sabe responder al respecto porque rara vez prestamos atención a nuestra realidad.

Esas personas que parecieran invisibles son las mismas que con facilidad desaparecen día con día ante nuestros ojos, son un blanco ideal para sumarse a las filas del crimen, para también lo es cualquiera que busque una oportunidad de crecimiento y desarrollo pues con un simple ejercicio de navegación en redes sociales podremos encontrar infinidad de ofertas con promesas de grandes salarios por trabajos sencillos. Así llegaron más de 400 personas al rancho Izaguirre y con la misma rapidez se deshicieron de ellos.

En México no se desaparecen cuerpos solo por la pobreza, se pierden entre la impunidad y la falta de justicia, les desaparecen por conveniencia y aunque haya miles de madres buscándoles, el sistema permite que caminemos entre las cenizas y que después le llamemos montaje. Es un país en el que rápido indagamos quizás por morbo, pero con la misma rapidez se olvida, cada año hay casos mediáticos de feminicidios donde se ubica con claridad a las personas responsables y rara vez aparece la justicia.

Es un país sin respuesta porque, aunque nos duela admitirlo las desapariciones comenzaron con el Estado, se ha comprobado que es fácil atentar contra la vida de quienes de por sí ya son invisibles ante los ojos de otros y que los casos pueden durar incluso décadas sin brindar respuesta. ¿Qué podemos hacer para cambiar esto? Dejar a un lado la indiferencia y considerar que la ayuda humanitaria por pequeña que parezca, sí puede representar un cambio en la vida de alguien, compartir oportunidades y denunciar todo tipo de anuncios que puedan incitar a que más crímenes se extiendan.

No es tarea del Estado, es tarea de todas y todos sumarnos a luchas sociales para que el equilibrio sea posible, nos corresponde pensar en la colectividad, en el cuidado del otro y actuar en consecuencia. Dejemos de comprarnos el discurso de que eso que puedo hacer por otro le corresponda a alguien más. La desigualdad y la omisión de construyen desde nuestras prácticas cotidianas donde buscamos la superioridad personal, ¿qué pasaría si hoy pensamos en cada pequeña acción en un bienestar conjunto que sirva para el desarrollo de al menos alguien más? Por lo menos por hoy, hagamos esa prueba.

 

 

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