“Las mentes son como los paracaídas: Funcionan mejor cuando están abiertas”. – Lord Thomas Dewar.
En la dinámica política de Veracruz, el nombre de Manuel Huerta Ladrón de Guevara ha dejado de ser sinónimo de lucha transformadora para convertirse en un eco incómodo del pasado reciente.
Su alejamiento de los principios rectores de Morena no ha sido paulatino ni discreto: ha sido escandaloso, mediático y, sobre todo, egocéntrico. Con cada declaración que lanza, Huerta pretende erigirse como la conciencia crítica del movimiento, cuando en realidad su voz comienza a sonar más como la de un opositor desdibujado, aferrado a una gloria que ya no le pertenece.
Desde la pérdida de control en la estructura de Morena en Veracruz, su papel se ha limitado a ser un francotirador verbal.
Sus constantes ataques a la gobernadora Rocío Nahle García —quien goza de una legitimidad electoral incuestionable— y a la dirigencia estatal encabezada por Esteban Ramírez Zepeta –respaldado cada vez más por la dirigencia nacional de Morena-, no hacen más que evidenciar su desesperado intento por mantenerse vigente. Lejos de sumar, sus acciones restan y dividen.
El problema no es solo él, sino su entorno.
Rodeado de perfiles que han resultado desastrosos para el proyecto de la Cuarta Transformación, Huerta carga con un lastre político del que no se ha querido desprender.
Ahí está el ejemplo del exalcalde de Xalapa, Hipólito Rodríguez Herrero, cuyo desastroso desempeño casi le cuesta a Morena la capital del estado. Su arrogancia disfrazada de austeridad y su incapacidad de conectar con la ciudadanía son una mancha imborrable.
A esto se suma la figura de Ivonne Cisneros Luján, su comadre y otrora operadora del fallido modelo de salud conocido como INSABI. Su gestión —lejos de acercar a México al prometido modelo noruego— terminó desmantelando lo poco funcional que quedaba del sistema anterior, dejando a millones sin certeza médica. ¿Y qué dice Huerta? Nada. O peor: justifica.
Pese a sus intentos por reposicionarse como “el gran ganador” del pasado proceso electoral, la realidad le ha pasado factura. La operación de contención desplegada por el gobierno estatal desactivó sus maniobras, exhibiendo sus acuerdos soterrados con los adversarios de siempre, incluyendo al conocido Clan Boqueño, ávido de protección política.
Manuel Huerta, en su papel de eterno protestante, ha demostrado que el megáfono y la pancarta fueron siempre su zona de confort. Pero ni el más ruidoso puede ser escuchado cuando lo que dice ya no resuena. En Veracruz, Morena ya no le cree, ni lo necesita. Y la sociedad, simplemente, ya no lo quiere oír.
Al tiempo.
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“X” antes Twitter: @LuisBaqueiro_mx