En busca del tiempo perdido: “Por el camino de Swann, primera parte.”
Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.
Día a día el tiempo va haciendo estragos en nuestras vidas. Desde que nacemos empezamos a tener pérdidas que en su momento nos parecían ganancias. Casi todas las pérdidas son necesarias para poder evolucionar, dejamos muy pronto de ser bebés, esto implica nunca más tomar pecho de nuestras madres, tal vez, sea el segundo acto de gran desligue, el primero fue cuando nacimos. Después disfrutaremos, según las circunstancias de cada quien, de nuestra niñez; etapa de inocencia, fantasías, miedos, asombro, impresiones originales, aprendizaje, ilusiones, y aunque no tenemos claro lo que significa, vislumbramos un porvenir. Ese porvenir se va realizando en las escuelas, en la pequeña sociedad con la que interactuamos, y empezarán a llegarnos un sinfín de modelos, paradigmas, creencias, que nos influirán sí o sí. Además, la propia dinámica de la vida nos proporcionará experiencias físicas y psicológicas, agradables y desagradables, y así pasaremos parte importante de nuestras vidas hasta que logramos ser personas independientes, esta independencia puede variar según las circunstancias económicas, culturales, familiares, pero normalmente a partir de la etapa del bachillerato, muchas decisiones, actitudes, reflexiones, angustias, firmezas, claramente empiezan a ser más nuestras, por supuesto que influidas por toda la carga del reciente pasado, empero, ya queremos y exigimos nos permitan navegar solos.
Los años pasarán e independientemente de los resultados que vamos obteniendo en la vida producto de nuestras acciones, decisiones, educación, valores, etc. El tiempo nos va mermando y en algún momento empezaremos a sentir ciertas nostalgias, añoranzas, sentimientos inexplicables de tristezas, recuerdos, e incluso, brotarán en nuestro interior sensaciones y emociones que a veces resultan inconcebibles. Estas impresiones que suceden en toda vida humana, provocaron que el escritor francés Marcel Proust escribiera una magistral obra compuesta de siete voluminosos tomos bajo el título: “En busca del tiempo perdido”.
El término “tiempo perdido” en Proust no significa desperdicio, algo mal usado, al contrario, a través de su memoria el autor recuperará su vida, y nosotros al leerlas recuperamos la nuestra, porque en cada recuerdo bien pensado, meditado, razonado, reconoceremos gran parte de lo que hemos sido y explica lo que somos hoy. Proust empezó su largo recorrido descifrando ciertas percepciones y actitudes que podrían parecer banales, ejemplo es que un día se tropezó con unos adoquines sueltos, este acto, sin que él supiera qué, le causó ciertos efectos en sus sentimientos. Claramente percibía que un acto tan burdo y común le estimulaba y lo incitaba a algo más profundo, pero no sabía qué. Posteriormente el sonido de una taza de café le provocaba una misma sensación misteriosa, y ahí el personaje creado por Proust llamado Marcel, empieza a meditar y va descubriendo que el olor del té y el sabor de una magdalena le recordaba el mundo que vivió en su niñez en el pueblo de Combray, esta niñez lógicamente está acompañada por sus padres, su abuela, tías, los vecinos del pueblo, y luego luego empieza a narrar sus vivencias. A partir de este instante, páginas tras páginas vamos quedando deslumbrados ante la bella prosa narrativa, la erudición del personaje, y lo mejor es que en casi toda la temática abordada nosotros mismos nos sentimos identificados, familiarizados.
Un momento clave de la primera parte del tomo I, es cuando el personaje se auto explica aquel raro sentimiento de no poder dormir cuando su madre no iba en las noches a darle el beso de buenas noches. Antes de la explicación sabemos que el padre de Marcel era un hombre formado al mero estilo del siglo XIX, mandón, rígido, formal, conservador, y aunque amaba a su hijo, se esforzaba por darle una educación estricta, por eso el padre no permitía que su esposa consintiera tanto a su hijo, porque con esa actitud lo podía hacer débil o afeminado, no obstante, un día el padre le dijo a su mujer que se quedara con el niño y lo consintiera, ese intervalo de tiempo fue de enorme felicidad para Marcel. Años después explica porque la importancia de recibir un beso de su madre, lo que consciente, pero, sobre todo, inconscientemente representaba para él:
“Al volver a casa – a la hora en que despertaba dentro de mi esa angustia que más tarde emigra al amor y puede hacerse indispensable de ese sentimiento amoroso –, no habría yo querido que subiera a decirme adiós una madre más hermosa y más inteligente que la mía. No; lo mismo que yo necesitaba para dormirme feliz y con esa paz imperdurable que ninguna mujer me ha podido dar luego, porque hasta en el momento de creer en ellas se duda de ellas, y nunca nos dan el corazón como me daba mi madre el suyo en un beso, entero y sin ninguna reserva, sin sombra de una intención que no fuera dirigida a mí.”
MN recuerda que cuando era niño, a diferencia del padre de Marcel, la estricta en su casa era su madre. En la primera etapa de su niñez le tenía miedo, pero MN conforme fue creciendo adquirió un carácter voluntarioso, y ya en la etapa adolescente MN empezó a imponerse sobre los dictados de su madre. Lo anterior no implica que la relación haya sido tormentosa, hubo momentos que MN recuerda con gran alegría, nostalgia y aprendizaje, no obstante, al momento de repensar el “tiempo perdido”, MN a sus 41 años siente que su madre posiblemente exageraba en su rigidez, a veces innecesaria, pero que gracias a ese rigor él adquirió carácter, firmeza, perseverancia, aprendió a decir sí o no, y a mantenerse firme en sus propósitos.
Marcel tuvo una profunda relación con sus tías, en esta parte de la novela narra cómo la vejez va minando y cambiando la forma de comportarse de su tía: “Y es que para ella ya había empezado –más pronto de lo que suele llegar –ese gran abandono de la vejez, que está preparándose para morir, que se envuelve en su crisálida, dejación que se puede advertir allá al fin de las vidas que se prolongan mucho, hasta entre amantes que se quisieron profundamente, entre amigos que estuvieron unidos por los más generosos lazos, y que al llegar un año dejan ya de hacer el viaje o la salida necesarios para verse, no se escriben y saben que no volverán a comunicarse en este mundo.”
El tiempo de vida no tan sólo es finito, limitado, sino que transcurre muy rápido. Marcel cuenta cómo unos viven en plenitud, cómo otros van decayendo, y si lo pensamos objetivamente, sin miedo, sin pesimismo, ni mucho menos negatividad, reconoceremos que, a determinada edad, pienso en los 40 años, si bien todavía hay muchísimo por planear, soñar, imaginar, actuar, vivir, invariablemente nos queda muy poco tiempo para hacer todo eso, y algo más, muchas personas que nos rodean que son parte importante de nuestras vidas, probablemente tienen menos tiempo que nosotros. MN piensa en su especial amigo el filósofo Salmerón, un hombre que este mes de septiembre cumplirá 60 años. Un amigo al que podrá disfrutar si las cosas salen bien por un promedio de 15 a 20 años más, empero, este promedio de tiempo es un deseo personal, subjetivo, porque la muerte es un accidente que se nos puede presentar en cualquier instante como las propias sensaciones del té y la magdalena, luego entonces, ¿qué puedo hacer? La respuesta está en amar, querer, demostrar, actuar, decir, abrazar, compartir, porque el tiempo sí o sí se va acabar.
No todo en Marcel son recuerdos que representan tristezas, el lector se encontrará con el primer sentimiento amoroso que le causó la joven Gilberta Swann. Una pasión que le acarreó alegrías, dolores, pasiones, deseos. En esta parte de la historia el lector dejará a Marcel con sus vivencias, y se trasladará a las propias, rememorará el primer beso, la primera excitación sexual, acaso; ¿Nos acordamos de manera clara y sincera de nuestra primera vez? ¿Qué sentimos con nuestro primer orgasmo? ¿Qué experimentamos cuando tocamos por vez primera unos pechos y los besamos? ¿Ha cambiado esa sensación?
No todo en Marcel son recuerdos que representan tristezas, la vida del hombre ni son puras alegrías, ni tampoco puras desgracias. El personaje nos guía por sus lecturas de cuando era niño, reflexiona sobre la obra de George Sand, analiza la pieza trágica: “Fedra” de Jean Racine. El personaje nos platica la vida de un músico llamado Vinteuil quien será protagonista importante en esta primera parte de la novela, y así, seguiremos caminando y recorriendo junto a Marcel el pueblo de Combray, de pronto, estaremos en nuestros propios pueblos, viajaremos a Venecia, París, regresaremos a Xalapa, Saltabarranca, sentiremos pasión, repulsión, alegrías, en momentos reiremos, en otros sentiremos vergüenzas, nostalgias, pero todo este profundo, bello y exigente esfuerzo realizado con la memoria, nos permite recuperar gran parte de nuestras vidas, es decir, aunque la naturaleza inexorable del tiempo haya hecho mella en nosotros, el pensamiento, el poder de la memoria, es una poderosa arma para saber que mientras estemos vivos nada está perdido.
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