Para el presidente López Obrador es un timbre de orgullo que los medios de comunicación y los columnistas hablen mal de él. Y así lo pregona. Dice que es el mandatario más atacado en la historia de este país lo que si fuera cierto, debería avergonzarlo o al menos preocuparlo. Pero no, se jacta de ello.
El jueves atizó nuevamente la hoguera del linchamiento al dar a conocer los medios que se dedican a “atacarlo” y fue muy puntual en destacar a los columnistas.
Espero equivocarme, pero no creo que pase mucho tiempo antes que uno o más periodistas de prestigio sean agredidos por la fanaticada morenista para desagraviar a su ídolo. De hecho, varios han sufrido amenazas telefónicas o por las redes. Y entre las amenazas y el ataque físico media una distancia así de pequeñita.
Y a todo esto, ¿qué quiere el presidente que le aplaudan los columnistas?
¿Que cerró un aeropuerto y de un plumazo dejó sin empleo a 12 mil trabajadores? ¿Qué cerró las estancias infantiles y más de un millón de madres trabajadoras se quedaron sin un sitio dónde dejar a sus hijos? ¿Que cerró una cervecera que invirtió 1, 500 millones de dólares y ofertaría 3 mil empleos directos?
¿De eso quiere el presidente que se hable bien?
Quizá desea que le festejen que casi no hay inversión privada nacional ni extranjera, que el desempleo es el más alto en noventa años; que su aeropuerto, su refinería y su tren maya no serán funcionales. Que con la rifa del avión la nación perdió más de 600 millones de pesos. ¿Hay que hablar bien de sus logros contra el crimen cuando permitió la fuga del hijo del Chapo?
López Obrador prometió acabar con la violencia en un año y no pudo. Por lo que pidió otro año y… tampoco va a poder. En 22 meses de su gobierno se han contabilizado 64 mil 139 homicidios dolosos. Más de los 60 mil que se contabilizaron en todo el sexenio de Felipe Calderón.
¿Cómo hacer una nota en positivo con ese número de cadáveres?
¿Cómo elogiar su apoyo a los pobres cuando en enero de este año el número de mexicanos en pobreza extrema era de 22 millones y nueve meses después es de 33 millones? ¿Cómo aprobar mediáticamente su desdén por el Covid que hasta ayer había provocado 834 mil 910 contagios y 85 mil 285 fallecidos?
¿Cómo festejar su apoyo hasta la náusea a un sujeto irresponsable, vanidoso y cretino como Hugo López-Gatell?
Entre el ataque y la crítica hay una diferencia abismal que López Obrador no quiere ver. Para ataques los que él propina en sus mañaneras la mayoría de las veces de manera injusta y abusiva. O los que sufrió Francisco I Madero al que lo más leve que le dijeron fue chaparro inmundo.
Basta asomarse precisamente a los medios para darnos cuenta que el país cruje ante la andanada de asesinatos diarios, asaltos a lo bárbaro, secuestros, toma de casetas, inseguridad multiplicada, descontento por falta de apoyos, falta de trabajo y pésimos servicios de salud.
México se ha convertido en el país de las protestas y está bajo la metralla de la violencia impune, pero su presidente está más preocupado porque le devuelvan un penacho, por hacer más rifas y porque ya dejen de joderlo los columnistas.
Sea por Dios.