Ni en los mejores tiempos del PRI

’08/09/2025’
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Por Miguel Ángel Cristiani

Ni en los mejores tiempos del PRI —cuando la maquinaria política funcionaba como reloj suizo— se había visto un espectáculo tan pulido, tan ensayado y tan calculado como el que protagonizó la presidenta Claudia Sheinbaum en Veracruz, durante lo que se llamó su primer informe de gobierno en el estado.

Lo ocurrido el pasado fin de semana no fue casualidad: se trató de un acto de poder, de propaganda y de control político al más viejo estilo priista, pero con el sello de Morena, que ahora se erige como el heredero —y en algunos aspectos, el perfeccionador— de aquellas prácticas que tanto criticaron en campaña.

Nuevamente se volvió a mencionar la frase política del exgobernador priista Fidel Herrera Beltrán que durante todo su sexenio proclamaba “Vamos Bien y Viene lo Mejor” solo que para disimular ahora se dice Vamos Bien y vamos a estar mejor.

La cita no fue en el Centro de Convenciones de Boca del Río, como se había pensado en un inicio, porque la sede se quedaba chica. Hubo que llevar el evento al estadio de béisbol Beto Ávila, que se convirtió en un gigantesco foro de aclamación presidencial. El traslado no fue por logística, sino por necesidad: había que dar cabida a la masa de seguidores, simpatizantes y, por supuesto, a los acarreados, que tuvieron que soportar el asfixiante calor del sol en la cancha de juego.

Porque si algo no faltó fueron los camiones repletos de ciudadanos movilizados desde todos los municipios gobernados por Morena. La operación política no se conformó con los recursos locales: llegaron autobuses de estados vecinos, hasta de Campeche, estacionados frente al World Trade Center de Boca del Río. Una postal que recordaba a las concentraciones del viejo PRI, cuando la consigna era clara: llenar, aplaudir y vitorear.

El detalle pintoresco es que, al celebrarse en domingo, ya no fue necesario decretar día de descanso obligatorio —como se hacía en los tiempos de la presidencia imperial— para garantizar la asistencia masiva. La marea humana llegó puntualmente, con anticipación, ocupando hoteles cercanos para pernoctar en la antesala del espectáculo político.

El discurso presidencial tuvo dos tramos. Primero, el obligado homenaje a los supuestos logros de la Cuarta Transformación: un catálogo de éxitos que, como suele ocurrir en este tipo de informes, brillaron más en las palabras que en la realidad.

Después, las cifras: más de dos millones de veracruzanos —según se dijo— han recibido beneficios de los programas sociales. Una cantidad que, sin duda, impacta en términos de política electoral, aunque deja en segundo plano la gran pregunta: ¿Qué obras de infraestructura, qué inversiones de largo plazo, qué acciones de desarrollo se han materializado en Veracruz durante el primer año de gobierno? La respuesta, simple y lapidaria, es ninguna de relevancia.

El informe fue, en el fondo, un acto de proselitismo. Una pieza más de la gira nacional con la que la presidenta busca consolidar su imagen, mantener movilizada a su base y mandar un mensaje de unidad en torno a su figura.

Vale la pena hacer memoria. Durante décadas, el PRI perfeccionó la liturgia del poder: cada visita presidencial era un ritual en el que se desplegaban recursos, acarreados y discursos huecos que presentaban un país ideal, ajeno a la realidad cotidiana de los ciudadanos.

Hoy, Morena repite el libreto con disciplina y eficacia. Con un ingrediente adicional: el respaldo de los programas sociales, que operan como un mecanismo directo de legitimación política. El clientelismo que antes se disfrazaba con promesas de futuro, ahora se viste de transferencias inmediatas de dinero.

La paradoja es evidente: los mismos que denunciaron el pasado autoritario del PRI, los que se erigieron en cruzados contra las viejas prácticas, son ahora sus más entusiastas continuadores.

El estado de Veracruz no es una escala cualquiera en esta gira. Es un territorio estratégico, con una población numerosa, una historia política agitada y una larga tradición de movilización. No es casual que aquí se haya montado uno de los eventos más grandes, ni que el mensaje se haya dirigido con especial énfasis a los beneficiarios de los programas sociales.

La apuesta es clara: mantener a Veracruz en el mapa de la lealtad electoral, pese a la ausencia de obras de infraestructura, pese a los pendientes en materia de seguridad, salud y empleo. El recurso es el mismo de antaño: pan y circo, discursos y dádivas.

Lo ocurrido en Boca del Río deja al descubierto la verdadera naturaleza de la política mexicana contemporánea: no importa quién gobierne ni bajo qué bandera partidista, la tentación de repetir las viejas fórmulas es demasiado grande. El acarreo, la movilización, el culto a la personalidad y el uso electoral de los programas sociales siguen siendo la columna vertebral del poder.

Por eso, la frase con la que muchos asistentes resumieron el evento no puede ser más certera: ni en los mejores tiempos del PRI. Y sin embargo, lo que ayer se condenaba como símbolo de un régimen autoritario, hoy se celebra como prueba de fortaleza política.

El riesgo es claro: que la democracia mexicana, en lugar de avanzar hacia instituciones sólidas, se estanque en la nostalgia de los viejos rituales. Y que la ciudadanía, lejos de ser sujeto crítico y activo, se conforme con ser espectadora —y aplaudidora— de un espectáculo que, al final, es el mismo de siempre.

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