Entre el alud mundial de noticias se viene abriendo paso la más que alarmante información proveniente de Nicaragua, pequeño y pobre país Centro Americano. En los últimos días se ha desatado una ola represiva contra los opositores al gobierno de Daniel Ortega, quien ha ordenado el encarcelamiento de precandidatos presidenciales y disidentes del movimiento Sandinista. Tales acciones violatorias de los derechos humanos han valido la firme y mayoritaria condena de la Organización de los Estados Americanos. Ahora estamos ante una escalada de máxima represión a la libertad y los derechos democráticos de destacados líderes y periodistas nicaragüenses. Es una etapa de abierta orientación dictatorial después de hacer casi imposible el ejercicio de la libre expresión, reprimir al estudiantado y poner obstáculos a la participación electoral de las actuales minorías.
El modelo nicaragüense de gobierno es autocrático, con un presidente que quiere eternizarse con sucesivas reelecciones y tiene como vicepresidenta a su esposa. Por supuesto no existe la división de poderes, ni elecciones libres, ni la libertad de expresión y las fuerzas de seguridad se utilizan contra su propia población. El FSLN, partido histórico en el poder, se convirtió en un partido de Estado, con un accionar propagandístico y de control. A cuarenta y dos años del inicio de la revolución Nicaragua sigue siendo un país pobre en extremo. Ortega está superando a Anastasio Somoza, el derrocado dictador a manos de los sandinistas.
En 1979, año de la revolución nicaragüense, la solidaridad con los sandinistas fue extendida, se despertó un júbilo desbordante por la esperanza de una vida mejor por ese pueblo que veíamos como hermano. La revolución vuelta instituciones hizo elecciones, algunas las ganaba y otras las perdía. Fue famoso el momento de la llamada piñata, cuando antes de la primera elección que perdieron se repartieron los comandantes sandinistas muchos bienes públicos. De esos hechos surgieron corrientes internas que derivaron en los ortodoxos y los renovadores. Una vez que Ortega volvió al poder se ha dedicado a concentrarlo y a traicionar los ideales que dieron lugar al proceso revolucionario. Salvo algunos márgenes donde se puede ejercer algún tipo de libertades y con una hueca formalidad en esencia estamos ante una dictadura, de las clásicas, donde una sola persona manda. Pero las cosas se agravan con las aprehensiones recientes, donde se hacen acusaciones delirantes y absurdas como traición a la patria, sea lo que eso signifique. Es evidente que desde el gobierno están dispuestos a todo, a dar tratos crueles a sus opositores y a desafiar a la comunidad internacional. Y todo por mantenerse en el poder unipersonal con una visión arcaica e inútil socialmente.
Es triste ver en lo que terminó la luminosa revolución del año 79 que muchos apoyamos. Es una vuelta en la historia, un círculo vicioso. Ante la represión brutal y el abuso de poder no debemos quedarnos impasibles. Los derechos humanos se defienden universalmente. El gobierno mexicano debe ser activo en la solidaridad con el pueblo y no conformarse con una abstención. De formas bi y multilateral debe hacer algo. Tampoco la sociedad mexicana debiera aislarse de este drama. Nos compete y tenemos que ser solidarios con el noble y sufrido pueblo nicaragüense.
Recadito: más sociedad civil, más clases medias y mucho más aspiraciones de un México mejor.