Angel Rafael Martinez Alarcón
En un mundo cada vez más secularizado y acelerado, la figura de Carlo Acutis emerge como un faro de esperanza y un modelo profundamente actual para los jóvenes. Nacido en Londres el 3 de mayo de 1991 y fallecido prematuramente en Monza, Italia, el 12 de octubre de 2006, su corta pero intensa vida demuestra que la santidad no es un concepto anticuado, sino una meta alcanzable en la era de internet. Hace un mes miles de jovenes participantes del jubileo de la Juventud en Roma, visitaron la urba que guarda el cuerpo incorrupto de Carlo, los jovenes xalapeños se enocionan cada vez que narran su experiencia.
En un mundo que a menudo subestima a la juventud, tachándola de superficial o inexperta, la Iglesia propone modelos radicalmente opuestos: santos que, sin haber cumplido los 25 años, vivieron con una intensidad tal que su corta existencia reverbera con más fuerza que muchas largas vidas. Dos italianos, separados por un siglo pero unidos por una fe ardiente, demuestran que la santidad no es cuestión de edad, sino de amor: **Pier Giorgio Frassati (1901-1925) y Carlo Acutis (1991-2006) Ambos enamorados de Dios, afirmó SS.León XIV.
A simple vista, eran jóvenes comunes. Pier Giorgio, el turinés de familia acomodada, era el alma de la fiesta: un montañista apasionado, amante de la ópera y estudiante de ingeniería que soñaba con mejorar la vida de los mineros. Carlo, el milanés del nuevo milenio, era un “geek”: experto en informática, amante de los videojuegos, los cómics y las mascotas.
Sin embargo, ambos compartían un secreto que transformó lo ordinario en extraordinario: **una amistad profunda e íntima con Jesucristo, centrada en la Eucaristía**. Para Pier Giorgio, la misa diaria y la adoración nocturna eran la fuente de la fuerza que luego derramaba en los suburbios pobres de Turín, visitando enfermos y regalando hasta sus zapatos a los necesitados. Para Carlo, la Eucaristía era su “autopista al cielo”, el motor que lo impulsó a usar su talento digital para crear una exposición online sobre milagros eucarísticos que evangeliza a millones. Ambos suben al cannón de la Iglesia,en la semana 23 del tiempo ordinario liturgico.
Su fe no era intimista. Se tradujo en una caridad concreta y audaz. Pier Giorgio, en la Italia fascista, repartía no solo limosna, sino también esperanza y defensa pública de la doctrina social de la Iglesia, enfrentándose con valentía al régimen de Benito Mussolini.
Carlo, en la era digital, vio en internet un “lugar misionero”. Usó sus habilidades para crear puentes hacia la fe, defendió a los compañeros acosados en el colegio y mostró que la caridad también es compartir el tesoro de la fe con creatividad y competencia. Uno con las botas de montaña en los barrios marginales, el otro con el ratón del ordenador; ambos con el mismo objetivo: llevar el amor de Dios a las periferias existenciales de su tiempo.
Sus muertes prematuras, ambas por enfermedades fulminantes, fueron el sello final de una vida ya entregada. Pier Giorgio, a los 24 años, contrajo polio probablemente contagiado por aquellos a quienes servía. En su lecho de muerte, sus últimas notas fueron instrucciones para ayudar a los pobres que asistía. Su funeral reveló a su familia una caridad heroica y silenciosa: las calles de Turín se abarrotaron de indigentes, enfermos y viudas a quienes nadie conocía, pero a quienes él había ayudado en secreto, es canonizado en el centenario de su muerte,.
Carlo, a los 15 años, ofreció sus sufrimientos por el Papa y la Iglesia. Su tumba en Asís se convirtió de inmediato en un lugar de peregrinación para jóvenes de todo el mundo que se identifican con su figura cercana y auténtica. Nacido en pontificado de San Juan Pablo II, fallecido en los primeros meses de SS.Benedicto XVI, beatificado por SS. Francisco, y canonizado por su SS. León XIV.
Beatificados por dos papas de la juventud (Juan Pablo II a Frassati y Francisco a Acutis), su mensaje es increíblemente actual.
Pier Giorgio grita “Verso l’alto!” (¡Hacia lo alto!):** Una invitación a no conformarse, a ascender siempre, a buscar la cima en la vida espiritual sin miedo a mancharse con el barro de la calle. Es el santo de la alegría contagiosa, de la amistad verdadera y del compromiso social.
Carlo advierte: “Todos nacemos originales, pero muchos mueren como fotocopias”:** Un llamado a la autenticidad, a no seguir modas pasajeras y a atreverse a vivir una fe creativa y personal, usando las herramientas del propio tiempo.
Ellos no son santos “de altar” inalcanzables. Son hermanos mayores en la fe que muestran que la santidad no es huir del mundo, sino **amar a Dios en el mundo** con todo el entusiasmo, la creatividad y la pasión que caracterizan al corazón joven. Demuestran que, ya sea con una brújula de montaña o un smartphone en la mano, el camino al cielo está abierto para todos los que, como ellos, deciden recorrerlo con un amor extraordinario en la vida ordinaria.
- León XIV, afirmaba en su homilia: «Nos animan con sus palabras: “No yo, sino Dios”, decía Carlo. Y Pier Giorgio: “Si tienes a Dios como centro de todas tus acciones, entonces llegarás hasta el final”. Esta es la fórmula, sencilla pero segura, de su santidad. Y es también el testimonio que estamos llamados a imitar para disfrutar la vida al máximo e ir al encuentro del Señor en la fiesta del cielo».
Este testimonio de fe juvenil tiene un eco potente en México con figuras como **San José Sánchez del Río** (1913-1928), el niño cristero de 14 años que murió gritando “¡Viva Cristo Rey!” tras ser torturado por negarse a renunciar a su fe, y los **Tres Niños Mártires de Tlaxcala** (Cristóbal, Antonio y Juan, s. XVI), los primeros santos mártires de América, que demostraron que la semilla del Evangelio echó raíces profundas en el corazón de los jóvenes desde el principio.
Juntos, todos ellos forman una constelación de santidad que ilumina el camino para las nuevas generaciones, probando que la juventud, lejos de ser un impedimento, es un tiempo propicio para conquistar el cielo con audacia y alegría.
La provincia eclesiastica de Xalapa, también tiene a su joven beato; Ángel Diario Acosta Zurita, (1908-1931). Asesinado a los 23 años y los tres meses de su ordenación sacerdotal, en el Puerto de Veracruz. Nuestros santos y beatos mexicanos, todos ellos han sido martires; asesianos por su fe.