*Y por asesinato de Maximiliano ordenado por Juárez
*Los 250 mil cristeros ejecutados también esperan
ENTRE 1926 y 1929 fueron asesinadas en México alrededor de 250 mil personas que defendían su creencia en Cristo Rey. Soldados –que desde siempre han sido el brazo ejecutor de los Gobiernos Federales- persiguieron a milicias de laicos, presbíteros y religiosos católicos que se resistían a la aplicación de la llamada Ley Calles –en honor del, entonces, presidente Plutarco Elías Calles-, la cual proponía limitar y controlar el culto católico en la nación. Y es que la Constitución de 1917 establecía una política que negaba la personalidad jurídica a las iglesias, prohibía la participación del clero en política, privaba a las iglesias del derecho a poseer bienes raíces e impedía el culto público fuera de los templos. Al movimiento aquel se le conoció como la Guerra Cristera, también llamada Guerra de los Cristeros o Cristiada. Y es que el gobierno de ese tiempo buscaba controlar, incluso, la religión, y en 1925, con el apoyo de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) se creó la Iglesia Católica Apostólica Mexicana (ICAM) dotada de edificios, recursos y medios para romper con el Vaticano, algo que se le negaba a la Iglesia Católica tradicional. La Ley Calles fue una modificación al Código Penal en 1926 ordenada por el presidente Elías Calles para limitar las manifestaciones religiosas con el objetivo de contar con instrumentos más precisos para ejercer los controles que la Constitución de 1917 estableció en el artículo 130 como parte del modelo de sujeción de las Iglesias al Estado. Estos instrumentos buscaban limitar o suprimir la participación de las iglesias en general en la vida pública, pero dadas algunas características de la legislación, en algunos estados se llegaron a establecer leyes que obligaban a que los ministros de culto –como en Tabasco, tierra del presidente Andrés Manuel López Obrador- fueran personas casadas y se prohibía la existencia de comunidades religiosas, además de limitar el culto religioso únicamente a las iglesias, así como prohibir el uso de hábitos fuera de los recintos religiosos.
QUIZÁ EL enemigo más enconado de la religión católica fue el tabasqueño Tomás Garrido Canabal, que si bien organizó reformas dirigidas al mejoramiento de las condiciones de vida de la sociedad, es más conocido por haber dirigido una política autoritaria basada en el anticatolicismo y de medidas radicales para extirpar la influencia de la Iglesia de la sociedad mexicana de principios del siglo XX. Y si bien la historia normalmente suele reservar para los grandes tiranos un juicio implacable, existen otros dictadores que, junto con sus infamias, están ocultos entre los pliegues del tiempo, a tal grado que en el prólogo de “El poder y la gloria”, de Graham Greene, el escritor Sergio Ramírez traza de una pincelada al personaje que tenía como uno de sus principales objetivos eliminar el cristianismo en aras de promover lo que él consideraba el “progreso del pueblo”. Para ello persiguió y ordenó la matanza de católicos, además mandó destruir sitios y objetos de culto –como la ermita del Sagrado Corazón de Jesús, donde más de 20 personas fueron asesinadas. Se burló de los símbolos y personajes de la tradición cristiana hasta caer en el absurdo. Quebrantó el espíritu de muchos católicos al imponer pena de cárcel para quien poseyera objetos de devoción y obligó por ley a los sacerdotes a contraer matrimonio, esto como una humillante salida para evitarles el destierro o la muerte, lo cual retrata Green en su novela. Ramírez define a Garrido Canabal como un “fanático anticlerical como pueden encontrarse pocos en la historia de América Latina”, ya que en su afán laicista para tratar de desaparecer cualquier rastro de la cultura cristiana, cometió toda clase de atropellos.
Y EL tema viene a colación a propósito de los perdones que como distractores a la ineficacia de su gobierno reclama el presidente Andrés Manuel López Obrador al Papa Francisco y a los monarcas españoles que lo han tomado a chunga, pero cabría preguntar: ¿Qué acaso AMLO no piensa pedir perdón a nombre del Gobierno Federal y del Ejército por los casi 250 mil católicos perseguidos y asesinados como parte de la llamada Guerra Cristera? Por lo menos debería hacerlo a nombre de su paisano, el tirano Garrido Canabal que saqueó y clausuró iglesias, hizo quemar las imágenes de los santos, mandó a quitar las cruces de las tumbas en los cementerios, de donde hizo desaparecer imágenes y mausoleos para que fueran cambiados por columnas truncas de igual tamaño, que tuvieran por todo epitafio un número, un nombre y una fecha; sustituyó las fiestas religiosas por ferias agrícolas y ganaderas, ordenó cambiar los nombres de las poblaciones que llevaran nombres de santos, para que fueran repuestos por nombres de héroes, sabios, maestros y artistas, e incluso prohibió la palabra “adiós” para saludarse, probablemente por la referencia fonética con el término Dios, y reemplazó la expresión de este gesto cotidiano con “salud”.
ERA TAL el fanatismo que en su finca experimental La Florida, bautizó a un burro catalán como “el Papa”, a un toro como “Dios”, a una vaca como “la Virgen de Guadalupe”, y a un cerdo como “San José”. Y durante su segundo período como gobernador, creó los “camisas rojas”, una milicia privada formada por jóvenes fieles a su credo radical. Pero el desprecio que Garrido Canabal sentía por el catolicismo no terminó ahí, sino que, como un estigma, puso nombres excéntricos a sus hijos para burlarse de la fe cristiana. Tenía una hija a la que puso Zoila Libertad, un hijo al que puso Lenin, director de teatro luego en Costa Rica, adonde la familia debió exiliarse en 1935 tras la caída del padre; Luzbel, el otro hijo, que por supuesto se cambió de nombre, fue dueño de una fábrica de margarina, también en Costa Rica.
Y UNO se pregunta: ¿qué acaso los católicos afectados por el paisano de AMLO no merecen que les pidan perdón por tantas atrocidades? Y es que queda claro que los clamores del Presidente no dejan de ser un distractor, ya que si fueran ciertos sus sentimientos, al rato va a exigir a Dios que pida perdón a Adán y Eva por haberlos expulsado del paraíso terrenal. Ahora que si el rosario de perdones va en serio, que lo pida a nombre de su gurú histórico Benito Juárez García, por haber ordenado el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo y, lo peor, todavía tiene el desatino de pedir que Austria devuelva el presunto Penacho de Moctezuma, cuando por nacimiento, el primer emperador de México ostentó, también, la dignidad de archiduque de Austria debido a su filiación con la poderosa Casa de Habsburgo, además de ser el hermano más cercano del Emperador Francisco José de Austria-Hungría. Qué cosas registra la historia ¿no?. OPINA carjesus30@hotmail.com