RECORDANDO A LOS QUE NOS DEJARON EN EL 2024. (V)

’30/01/2025’
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“Ignacio Carrillo Prieto (1947-2024): “Varia (Derecho e Ideología)”.

Mtro. José Miguel Naranjo Ramírez.

Muchos destacados intelectuales originalmente estudiaron Derecho, no porque fuera la profesión de primera preferencia, sino porque en ciertos casos era la única carrera que los acercaba a un saber amplio sobre las humanidades. En otros casos, los padres condicionaban a sus hijos: primero estudias Derecho y ya después dedícate con tu dinero a estudiar Letras y Filosofía. Algunos se quedaron en el campo del Derecho e hicieron prestigio y dinero, un sector minoritario utilizó el saber del Derecho para sobrevivir, mas, se dedicaron apasionadamente a leer y escribir. Lo anterior explica porqué insignes sabios e intelectuales estudiaron Derecho y sus principales logros se encuentran en el área de Filosofía y Letras: basta citar a Don Fernando Salmerón Roiz, Octavio Paz, Carlos Fuentes, en fin, la lista es larga. Algo más, lo anterior también explica porqué los juristas natos de antes son personas muy ilustradas, alcanza con nombrar a Jorge Carpizo, Diego Valadés, Salvador Valencia Carmona, y aquí entra el culto jurista Ignacio Carrillo Prieto.

Ignacio Carrillo Prieto fue un notable jurisconsulto mexicano. Fungió como abogado general de la UNAM, Fiscal Especial para movimientos políticos y sociales. En este cargo enjuició al expresidente Luis Echeverría Álvarez por los asesinatos estudiantiles del 68 y 71. No obstante, lo que aquí se pretende distinguir de Carrillo Prieto es su trayectoria como escritor, como hombre de letras, y lo haremos a través de su libro: “Varia (Derecho e Ideología)”, título que confirma las dos pasiones que tuvo el autor: Derecho y Filosofía. El libro se publicó en 1989 y está integrado por varios ensayos que el autor escribió y publicó en distintos medios. La obra se divide en dos apartados: “Sobre la Ideología” y “Sobre el Derecho”. Por la necesidad de los tiempos vigentes, vale la pena detenernos y reflexionar sobre el ensayo titulado: “Diderot y el liberalismo.”

Denis Diderot fue uno de lo ilustrados franceses más influyentes del siglo XVIII. Al lado de él podemos nombrar a figuras de la talla de Voltaire, Rousseau, Jean-Baptiste d’Alembert, César Bonesana, marqués de Beccaria, Louis de Jaucourt, entre otros. Diderot es el gran creador y director de la famosa Enciclopedia. En esta voluminosa obra que se fue fraguando en un promedio de veinte años escribieron los hombres más sabios y reconocidos de su época. Como toda Enciclopedia, en los volúmenes se disertó sobre diversos saberes, desde luego que no sólo resultó una tarea titánica, única, valiosa, además, en varios momentos el Estado opresor censuró el contenido y prohibió su impresión y difusión. Sin embargo, el Estado siempre ha sido así, la crítica, la cultura, el saber libre, la libertad de expresión, de pensamiento, siempre se han logrado gracias a la resistencia que se le pone al Estado. El poder exige y busca sumisión. El pensamiento racional lucha por la liberación. El Estado eternamente ha pretendido y sigue pretendiendo mantener a los ciudadanos en la ignorancia, en la obediencia total. El pensamiento libre y crítico enseña y exige al hombre a pensar por sí mismo, tener voluntad y no dejarse dominar por el dictador. Estos temas tan candentes del ayer y del hoy son puntualmente abordados por los enciclopedistas franceses. Ignacio Carrillo Prieto, en su ensayo sobre Diderot y su pensamiento liberal, apunta: “Espigar algunos de los artículos de la Enciclopedia, atribuidos a Diderot, relativos a las materias político jurídicas, proporciona un primer esbozo del perfil general de la edad de la Razón sobre dichos problemas en Francia.” Problemas que siguen siendo el centro de nuestra discusión, porque hoy más que nunca necesitamos revalorar el asunto del poder. Veamos lo que escribió directamente Denis Diderot sobre los límites a la autoridad:

El poder que provenga del consentimiento de los pueblos supone necesariamente condiciones que hagan legítimo su uso, útil a la sociedad, ventajoso para la República, y que lo fijen y encierren en límites. Pues el hombre no debe ni puede darse enteramente y sin reservas a otro hombre…Permite (Dios) para el bien común y para el mantenimiento de la sociedad, que los hombres establezcan entre sí un orden de subordinación, que obedezcan a uno de ellos; pero mediante la razón y con medida y no ciegamente y sin reservas…El príncipe (modernos gobernantes) mantiene la autoridad que sobre ellos tiene en los propios súbditos, y esa autoridad está limitada por las leyes de la naturaleza y del Estado. Las leyes de la naturaleza y del Estado son las condiciones bajo las cuales se han sometido, o se considera que se han sometido, a su gobierno. Una de esas condiciones consiste en que, teniendo poder y autoridad sobre ellos sólo por su elección y su consentimiento, jamás puede emplear esa autoridad para romper el acta o el contrato mediante el cual le fue transferida.”

Diderot y en general los enciclopedistas dirigían sus dardos contra los gobiernos de su época. Contra el abuso y concentración del poder. La virtud de estos ilustres personajes consistió en que publicaban libros y artículos para que el pueblo los leyera, se informara, instruyera, razonara. Diderot y compañía sabían que, si el ciudadano no se ilustra y libera de su mente, difícilmente un puñado de sabios podrían destruir el autoritarismo. Se requiere una sociedad interesada en el quehacer público, empero, queda claro que la ilustración jamás la otorgará el Estado, sería ponerlos a pensar y con ello en su contra. No, la ilustración, la concientización, la liberación, deben venir de una clase media responsable, comprometida, pensante, solidaria. En los pueblos donde lo que prevalece es la adoración al Estado, llámese adoración a un hombre, a un régimen, el ciudadano se subordina y no cuestiona nada porque vive en la pobreza, la ignorancia, y el Estado se beneficia de estas carencias para erigirse en el supuesto salvador del pueblo, por eso Diderot en pleno siglo XVIII se dirigía al ciudadano común con esta advertencia: “La observancia de las leyes, la conservación de la libertad y el amor a la patria son las fuentes fecundas de todas las cosas grandes y de todos los actos hermosos…La adulación, el interés particular y el espíritu de servidumbre son, por el contrario, el origen particular de todos los males que destruyen un Estado y de todas las cobardías que lo deshonran.”

Otro tema muy vigente que aborda Diderot es el tema de la igualdad. Hoy día el discurso que prevalece, agrada y se defiende es esa igualdad a raja tabla. La democracia real no conduce a una igualdad irracional, porque de automático se convertiría en una “supuesta igualdad” que propicia la injusticia, la incapacidad, la decadencia. Los gobiernos democráticos deben estipular reglas para que todos los ciudadanos que las cumplan puedan acceder a ciertos cargos. De hecho, por naturaleza nuestras sociedades viven en jerarquía, la jerarquización es una necesidad humana, sólo que deben existir reglas para que se lleve a cabo de forma equitativa. En esencia, los gobiernos democráticos deberían promover el mérito por encima de los intereses, los amiguismos, los compromisos mezquinos, etc. En nombre de esa igualdad populista, hoy día de pronto un zapatero se instaura como legislador, aunque en su vida haya leído un libro, ni mucho menos tenga la preparación para semejante encargo, el resultado es una decadencia terrible, terrible. Literalmente Diderot sostiene: “De todas maneras que no se me haga la injuria de suponer que por un espíritu de fanatismo apruebo en un Estado esa quimera de la igualdad absoluta que apenas puede alumbrar una república ideal…Conozco demasiado bien la necesidad de las condiciones diferentes, de los grados, de los honores, de las distinciones, de las prerrogativas, de las subordinaciones que deben reinar en todos los gobiernos, e incluso añado que no se oponen en absoluto a la igualdad natural o moral.”

Zapatero a tu zapato. Por supuesto que esta no es una expresión despectiva, si el zapatero desea incursionar en la vida política, tiene todo el derecho, que se prepare para ello. Pero urge retornar y recuperar el lenguaje, la claridad, no más discursos populistas, no más engaños, no más simulación. Vivimos en una decadencia terrible, los ejemplos saltan a la vista, parafraseando al tango “Cambalache”: hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador. Todo es igual, nada es mejor. ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! Hoy legislan carniceros y nos gobierna un estafador, da lo mismo que sea un tal lópez, un canallín o un noroñín. Qué falta de respeto, qué atropello a la razón, cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón…Siglo veintiuno, Cambalache, problemático y febril, el que no roba es un retrasado y el que es honesto es un estúpido, dale nomá, dale nomá.

 

 

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