El 19 de marzo de 1985 comía cerca del Zócalo capitalino con un viejo político tuxpeño, cuando nos enteramos de la sorpresiva muerte de don Jesús Reyes Heroles, secretario de la SEP con Miguel de la Madrid, y al que un mes antes había saludado en su oficina, no porque tuviera derecho de picaporte, sino porque me llevó don Miguel López Azuara, un brillante periodista también tuxpeño, de la época de oro de Excélsior.
Fue la tercera ocasión que lo vi y la primera que crucé palabra con él. Casi toda la charla don Jesús me habló de mi padre el Neno su amigo de la infancia.; “Más que amigo hermano; a pesar de que me llevaba seis años”, me dijo.
Por ahí debe andar una foto que parece daguerrotipo donde están los dos sentados a orilla del río Tuxpan. Mi padre sostiene una caña de pescar a la espera de que pique un pez, y don Jesús lee un libro a lado de una cesta de pan que su padre le mandaba a vender. Don Jesús tendría unos diez años y mi Neno diez y seis.
Después de cuarenta minutos de una charla inolvidable nos despedimos y no lo volví a ver.
No repuestos de la sorpresa, el viejo político con el que comía comenzó a evocarlo: “Brillante político, brillante historiador, brillante ideólogo del PRI, pero un viejo intratable y neurótico. ¿Te acuerdas cuando nos corrió?”
Cómo olvidarlo.
Sucedió en febrero o marzo de 1973. Regresaba con el Neno del Distrito Federal a Tuxpan, pero al llegar a Insurgentes centro estacionó su Chevrolet 1957 a dos cuadras del edificio del PRI y me dijo “Vamos a saludar a Chucho”.
Las oficinas del líder tricolor estaban en el quinto o sexto piso de lo que después se conoció como “El edificio viejo”. Y la sala de espera estaba atestada fácil, de unos treinta fulanos que sin excepción eran la crema y nata de la billetiza en Tuxpan.
Todos eran muy ricos y entraron en tropel al despacho de don Jesús apenas les franquearon el paso. Mi padre y yo nos quedamos en la sala de espera. Y desde ahí vimos todo el espectáculo porque eran tantos que ellos mismos abrieron las puertas del despacho.
Don Jesús estaba sentado en su escritorio, a su derecha había unos quince tuxpeños sentados y parados, a su izquierda otro tanto y en el centro el que llevaba la voz cantante, un empresario ganadero con más millones que pulgas tiene un perro callejero.
“No nos agradezcas la visita Chucho, venimos a que nos ayudes porque estamos muy jodidos. Aquí Fulano quiere ser tesorero en el terruño; Sutano quiere la oficina de Hacienda; Mengano quiere ser diputado local; Perengano quiere lo mismo pero a nivel federal…” y tras repartir cargos a todos remató zalamero: “Y tu servidor quiere ser el próximo presidente municipal de la tierra que te vio nacer, hermano”.
Don Jesús aspiró hondo y se puso de pie. “Así que están fregados”, dijo. “No mi Chucho, estamos jodidísimos y por eso hemos venido a que nos eche la mano nuestro amigo”.
Algo iba a decir cuando alcanzó a ver a mi papá. “¿Y tu qué puesto quieres mi Neno?”, le preguntó. “Ninguno señor; yo vengo con mi hijo a saludarlo”. “¿No vienes con ellos?” “No, no viene con nosotros” terció el que llevaba la voz.
Don Jesús guardó silencio mientras los barría con la mirada, luego les habló bajito pero fue subiendo el tono hasta que casi gritó: “¿Acaso piensan que esto es una agencia de colocaciones o que yo soy la Alianza para el Progreso? ¡Largo de aquí, fuera!”
“Y nos corrió el muy cabrón”, me dijo el viejo político que tras pensarlo un poco agregó: “Pero tuvo razón, mucha razón”.
¿Que cuál es la moraleja? No lector, no hay moraleja. Simplemente te estoy contando la reacción muy humana, de un político de excepción de los que tanta falta le hacen y con urgencia a este país.