SIN DEMOCRACIA NO HAY DESARROLLO

’14/11/2024’
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El desarrollo económico exige democracia y ésta requiere como premisa básica un poder político transparente, construido por leyes que lo sometan. Construir este tipo de régimen y de poder político es, aún, una tarea pendiente, que está obstaculizada por la amplia concentración de la riqueza y del ingreso. Por ello hay que preguntarse: ¿cuánto de la concentración de la riqueza en pocas manos no es sino producto del reparto concentrado del poder político? ¿Cuánta injustica no hay en ello? y ¿qué métodos efectivos existen para resolverlo?

Mucho del poder “no económico” de las empresas (es decir, su poder político) sobre todo de las grandes, es lo que les permite avanzar en un impresionante proceso de acumulación de capital. Mucho de ese poder no económico se ha adquirido a través de complicidades y presiones con y hacia el Estado: métodos no legales cuyo ejercicio nadie impide. Y es que sin instituciones democráticas no es posible debilitar ese desequilibrado poder para impedir que siga provocando la desigualdad económica y social existente, que es ilegítima e injusta porque no es resultado de una competencia entre iguales.

Sin democracia no hay desarrollo económico porque ella permite crear y recrear mejores condiciones para que la producción de la riqueza y su reparto sea menos desigual. Por ello es posible afirmar que la teoría económica no se equivoca cuando indica que la riqueza de una persona depende de la productividad marginal de su trabajo y de los factores productivos posee y que utiliza en la producción. Y en estos casos, alguien siempre puede preguntar, “entonces ¿por qué el obrero mexicano gana 10 veces menos que el alemán y hacen el mismo trabajo con la misma eficiencia?” La respuesta no es que la teoría se equivoca, el problema es el marco institucional en donde trabaja cada uno de estos obreros. La diferencia es la organización democrática existente en cada país. ¿dónde hay, en el mundo, un país con instituciones democráticas que los obreros ganen mal? ¿dónde hay, en el mundo, un país sin instituciones democráticas que los obreros ganen bien? Como dice Drucker, “no existen países subdesarrollados y desarrollados, sino naciones mal o bien administradas”. Y no hay países subdesarrollados y desarrollados, sino naciones democráticas y no democráticas. Hay naciones con libertad o sin libertad. Y digo libertad en el sentido que lo plantea Amartya Sen (Premio Nobel de Economía) como ausencia de restricciones para adquirir capacidades que permitan crear y recrear una vida plena. Libertades que sólo es posible tener con democracia e instituciones. Pero también necesitamos otros intangibles culturales para el desarrollo como la ética capitalista, la racionalidad empresarial y en la gestión pública, altos niveles de escolaridad para las mayorías, investigación y producción de conocimientos, un Estado de Derecho y las instituciones que no tenemos. Por desgracia la miseria de la política, que es la fuente de la miseria social en que vivimos, es más difícil de erradicar que la misma pobreza.

Y es que hoy en México tenemos grandes ausencias políticas. Los partidos políticos se han vuelto inoperantes e incapaces de proponer un proyecto de nación no excluyente. Es decir, los partidos nos dejan sin opciones en los procesos electorales, por eso no debe sorprendernos haber regresado al “estatismo nacionalista”, modelo anacrónico, obsoleto e inoperante y que intenta revivir el pasado autoritario y centralista, aunque en esta reedición  parece más un “neoliberalismo estatizante” que se funda en un Estado corporativo, corrupto, capturado y fallido; cautivo de los monopolios económicos y políticos que no puede, ni quiere destruir, pero que son un obstáculo para el desarrollo.

Esta realidad es prueba suficiente de que estamos huérfanos de teorías y de filosofías; que no hay madurez teórico-ideológica para entender las exigencias de la modernidad y proponer una estrategia que propicie el desarrollo. Una estrategia que surja de un generoso diálogo social para construir un proyecto de futuro y no permitir una reedición del pasado.

Por desgracia, esta circunstancia nos hace transitar por un enfrentamiento diario que impide construir nuevos, modernos y democráticos proyectos políticos. No, esta lucha es como un diálogo de sordos que se gritan, como peleadores callejeros a mitad de la calle, discursos carentes de ideas y pródigos en adjetivos y subjetividades, en alusiones personales y de retórica fútil.

Y es que los políticos parecen no escuchar a la sociedad: ni a las masas con su poder amenazante, ni a los intelectuales con su poder cognitivo. Ni alcanzan a ver las consecuencias de su proceder. Por eso padecemos un ejercicio autoritario del poder y cada vez más nos quedan lejos las posibilidades de una convivencia social civilizada.

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