En un mundo donde estar presente en redes sociales es fundamental para ser visibilizado, también hay que considerar el impacto que la presencia digital tiene en nuestras vidas. En ocasiones puede influir de forma positiva si es que la viralización de contenidos fortalece nuestra imagen o impulsa un negocio, pero también es fundamental considerar los riesgos del mundo virtual, entre ellos el ser partícipe de un momento viral aún sin nuestro consentimiento, como es el caso del ex CEO de Astronomer, Andy Byron.
Un concierto de Coldplay en el Gillette Stadium, ante más de 60,000 personas y unos segundos en la “Kiss cam” fue todo lo necesario para que la vida de Andy Byron y Kristin Cabot, quien también laboraba en la empresa como jefa de Recursos humanos, se transformara por completo el pasado 16 de julio, pues al ser captados por la cámara mientras se abrazaban, ambos reaccionaron de manera evasiva y sorpresiva.
Al ver la reacción de la supuesta pareja el vocalista del Coldplay incluso bromeó diciendo que eran muy tímidos o tenían una aventura, por lo que el momento se viralizó a nivel mundial y de inmediato se ventilaron datos privados de los personajes como sus nombres, puestos de trabajo y que ambos estaban en matrimonios con otras personas. La situación escaló dejando memes y hasta un videojuego que invita a descubrir a la pareja en medio de la multitud para acumular puntos.
Lo que comenzó como una escena aparentemente inofensiva se convirtió en una crisis corporativa. En menos de 48 horas, Byron fue puesto en licencia administrativa, su vida personal se expuso en redes y, finalmente, presentó su renuncia. Kristin Cabot también fue apartada de su cargo mientras Astronomer iniciaba una investigación interna. Aunque ninguno de los dos hizo declaraciones públicas, los usuarios en redes se convirtieron en jueces implacables, emitiendo veredictos sin contexto ni derecho a réplica.
Este fenómeno, cada vez más común, plantea preguntas importantes sobre los límites entre lo público y lo privado en la era digital. ¿Debe una figura empresarial responder por su vida privada si no ha cometido un delito? ¿Es ético consumir y difundir contenido viral que puede arruinar una carrera?
Casos como el de Andy Byron contrastan con otros donde la viralidad ha tenido efectos positivos. Tal es el ejemplo de la cantante Connie Francis, quien volvió al ojo público cuando su canción “Pretty Little Baby” de 1962 se popularizó en TikTok. La canción acumuló más de 10 mil millones de vistas en redes sociales y superó los 80 millones de reproducciones en Spotify. A sus 87 años, Francis expresó su emoción por reconectar con nuevas generaciones antes de fallecer semanas después. Su historia muestra cómo un momento viral también puede convertirse en una segunda oportunidad.
Según DataReportal, las personas pasan en promedio 2 horas y 27 minutos al día en redes sociales; en países como México, la cifra supera las 4 horas. En ese tiempo, se consumen cientos de publicaciones que pueden amplificarse de forma desproporcionada. La Dra. Clara Montes, especialista en ética digital, advierte: “La viralidad no distingue entre lo escandaloso y lo relevante. Las redes impulsan una cultura del juicio inmediato, donde los matices desaparecen”. Por su parte, el consultor en reputación corporativa Eduardo Salas señala: “Los líderes actuales deben entender que su imagen no les pertenece del todo. Representan a sus empresas incluso fuera de la oficina”.
La exposición pública puede ser parte del rol de un líder, pero cuando esa visibilidad se alimenta de suposiciones más que de hechos, se convierte en una forma moderna de linchamiento. Ante esto, es fundamental que como sociedad seamos más conscientes del poder que tenemos al compartir contenido, ya no es solo responsabilidad de quien crea algo, sino también de los usuarios en general. Establecer límites digitales, cuidar nuestra privacidad y practicar la empatía no solo nos protege, también humaniza el entorno digital. En tiempos de viralidad, pensar antes de juzgar podría ser el acto más revolucionario.