Voto por Sócrates

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Creo que nos falta algo de locura creativa, avistamiento creador, humildad férrea, agradecimiento sincero, generosidad genuina, alejamiento de la hipocresía, abrir los ojos y quedarnos con la verdad, desterrar telarañas y miedos –de por sí da miedo el derrumbamiento mundial, aunque aún luchemos porque no sea así-, darle importancia a la vida. Es difícil, pero no imposible, dicen. Erich Fromm escribió que solo hay una esperanza de contener la ola de violencia: tenemos que recuperar una sensibilidad para todo lo vivo.

Claro, el miedo es un mecanismo de defensa instintivo, necesario para la supervivencia, como escribe Won – pyung Sohn en su novela Almendra, y agrega: “No sentir miedo no significa ser valiente; significa que eres lo suficientemente estúpido para permanecer en pie en la carretera cuando un auto se dirige a ti”. Se trata de decidir y que no decidan por nosotros. ¿Se entiende?

En la pasada FILU de la U. V., Emilio Kouri expresó que “vivimos ya plenamente en la era de la post-verdad, de los fake-news, hoy en día las redes sociales y los medios pregonan incesablemente sucesos que pueden ser inventados o retorcidos a voluntad de los gobiernos o actores poderosos o interesados”. Entonces recordé a Georges Braque: “La verdad existe. Sólo se inventa la mentira”.

No caigamos en la mentira. Reflexionemos nuestro voto; salgamos a votar. Yo me quedo con mi tocayo Arturo Pérez-Reverte, en su artículo “El día que voté por Sócrates”, cuando dice:

“Votaría por él, pienso ante su cárcel. Lo haría con conchas en las que escribiría el nombre de sus enemigos, o en las papeletas donde hoy, mientras estoy aquí, votan los griegos. Votaría por Sócrates, el filósofo pequeño, calvo y feo, educador de jóvenes, padre y abuelo de la ética y la filosofía, de quien sospecho que pocos políticos españoles –y no españoles, tal como andan los tiempos– hayan tenido noticia en su triste vida: el Sócrates que, ciudadano ateniense, combatió como hoplita en las batallas de Potidea, Delio y Anfípolis; el maestro de Platón y Jenofonte, amigo de Alcibíades; el pensador capaz de decir con suprema ironía: «Sólo sé que no sé nada, y eso me diferencia de los otros hombres». El ciudadano, en fin, que, tras hacer innumerables enemigos por su lengua libre, su libertad de conciencia y su mente lúcida, se negó a aceptar que las pasiones populistas agitadas por intereses políticos particulares, los arrebatos demagógicos que buscaban el apoyo fácil de las masas, estuviesen por encima de las leyes racionalmente establecidas. Eso le costó un juicio y una condena a muerte. Pudo huir, como aconsejaban sus amigos, pero prefirió ser fiel a las leyes y a sí mismo, asumiendo impávido una sentencia injusta. Y en este lugar en el que me encuentro, en esa cueva prisión donde lo imagino, bebió la cicuta y se quitó la vida.

“Voto por él, decido al fin mientras arranco unas hojitas del olivo más cercano para llevármelas como recuerdo. Aunque yo no sea griego –pero en realidad también lo soy, o lo somos–, voto por Sócrates como si estuviera en el siglo V antes de Cristo. Incluso hoy, si tuviera derecho a hacerlo en este día de elecciones helenas, metería mi papeleta con el nombre de Sócrates escrito en ella. La introduciría en cualquier urna que la vida me pusiera delante: en Grecia, en España, en todo lugar de esta Europa miserable y desmemoriada que borra, cada vez más, los recuerdos del respeto que se debe a sí misma. Hoy, como siempre, voto por Sócrates el ateniense. Y quien no lo comprenda, que se vaya al carajo.” (zendalibros.com, 20/07/2023).

 

Los días y los temas

En entrevista, Won – pyung Sohn expresó que le preocupa la “creciente falta de empatía y de preocupación por los demás. La covid demostró que podemos vivir sin interactuar físicamente con otras personas y sin entrometernos en la vida de los demás. Esto pudo suponer una ventaja en ese momento, pero a la larga trae muchos inconvenientes”.

La escritora surcoreana lamentó que a la sociedad le moleste “cada vez más tu felicidad y la del resto”. (lavanguardia.com, 07/06/2023).

            ¿En serio?

De cinismo y anexas

Lo siento, voy de nuevo:

“Dos senadores recorrían una ciudad del interior en plena campaña electoral. Llegan a una escuela donde necesitaban sillas, mesas y computadoras. Uno de los senadores le explica al director que cuentan con un presupuesto limitado y que no pueden garantizarle nada.

        Después se trasladan a la cárcel y el director les pide camas y alimentos para los reos. El mismo senador se compromete a conseguir el suficiente dinero para cubrir las necesidades y construir una piscina, una cancha de fútbol y poner cable en todos los televisores.

        De regreso al Congreso, el otro legislador le pregunta:

        -¿Por qué le diste todo el dinero del presupuesto a la cárcel y no a la escuela?

        -Amigo, de una cosa estoy seguro: a la escuela no voy a volver más, pero a la cárcel nunca se sabe…”

        Hasta la próxima.

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