El mundo, la humanidad, vive una crisis de salud sin precedente. Todos estamos en peligro. Las sociedades y Gobiernos están sometidas a duras pruebas. Nuestra generación nunca había padecido una emergencia de esta magnitud. Es inédita. Los efectos se observan en prácticamente todo el mundo. Las escenas que se ven en China, Italia, España, EEUU, entre otros, nos va conduciendo a cierto nivel de conciencia y mucho miedo. Cada país le va haciendo frente como sabe o como puede. En México, hace ya varios días, antes de la declaración oficial de la fase dos, la ciudadanía, autoridades locales e instituciones habían dictado medidas de prevención. La gente ha hecho caso de la práctica del aislamiento y distancia sociales como acción concreta y sencilla de contención ante la pandemia del Covid-19. Es una medida fuerte y compleja. Pone a prueba la paciencia y los recursos en general de todos. Obviamente no todos pueden hacerlo así. Es válido para los empleados públicos y los privados que trabajan para empresas socialmente responsables. De todos modos es una prueba mayor; de calma, tolerancia y profundo sentido humanitario.
Muchas personas no pueden irse a sus casas desde ahora pues su trabajo es a cuenta propia en la informalidad laboral. Si no trabajan, no comen, van al día. Están en serio peligro de contagio. Cuando tengan que recluirse van a necesitar apoyo económico del Gobierno. Tampoco se pueden quedar en sus casas los policías, los miembros de las fuerzas armadas, los operadores de servicios de agua, luz, gas, etc., ni mucho menos los profesionales de la salud, médicos, técnicos y enfermeras. Para ellos se requieren recursos extras y toda nuestra solidaridad. Enfrentamos la crisis con un desigual nivel en infraestructura hospitalaria, limitaciones en equipo y bajo presupuesto. Esa sería nuestra debilidad. Siendo tan desigual nuestra sociedad, eso se refleja en la forma de hacer frente a la emergencia; de alguna manera esa condición marca la eficacia y rapidez para atenderse si llegara a requerirse. Las posibilidades económicas de cada quien determinan si se quedan en casa o no y si se realizan las pruebas en hospital público o en un laboratorio privado. Las giras (“diálogos”) de AMLO en las clínicas del IMSS no inciden en mejores condiciones y preparativos de esos centros de salud.
Estamos ante los mayores peligros y retos que hayamos vivido en nuestra generación, se está poniendo a prueba la humanidad, por tanto no sabemos precisamente como se debe actuar. Hemos tenido que aprender rápido tanto del mundo como de las autoridades nacionales. Falta mucho todavía para la explosión drástica de la pandemia en México. Su impacto se ve venir fuerte. Debemos estar totalmente conscientes de eso y preparados lo más que sea posible. Sus efectos van a cuestionar nuestra condición y calidad humana, la dignidad intrínseca que nos es propia y el grado de civilización que hemos alcanzado. Lo inédito de la emergencia no oculta sus ya observados efectos devastadores. Necesitaremos acopio de fortaleza física y anímica. En las posibilidades conductuales de la gente ya se observan los extremos previsibles: las compras de pánico, el encarecimiento de productos básicos y los despidos injustos contra las acciones solidarias de comerciantes y ciudadanos. Debemos estar atentos a una previsible crisis de gobernabilidad en tanto se está reduciendo la actividad económica sin que, hasta hoy, se conozcan programas gubernamentales de apoyo al empleo y la alimentación. Tal vez no debe usarse un lenguaje de guerra pero la situación tan crítica y grave lo hace, de pronto, inevitable.
El peor rostro que ya se ha asomado en nuestro país es el de la politización de esta crisis, en una tóxica polarización de lado y lado. Al menos a mí me parece una postura miserable, de bajo perfil. Debemos hacer un esfuerzo mayor para mantener la calma y los acuerdos básicos. Son otras las prioridades. Unidad en la diversidad. Cuando salgamos de la emergencia, que cada quien tome sus banderas nuevamente. Urge una actitud de Estado en el Presidente y todo tipo de Gobernantes; urge una oposición constructiva y responsable. Después de estos terribles momentos nada será igual. Tendremos que acudir a un nuevo pacto social y a un consenso político para reconstruir a México.
Que duro es prescindir de lo cotidiano, de lo más sencillo, dejar de hacer lo común. Que duro es no abrazar a nuestros seres queridos o, lo peor, ni siquiera verlos. Vamos avalorar mucho más todo lo que tenemos y que hemos perdido de vista. Es una gran lección para la humanidad y para nosotros.
Recadito: se han puesto en evidencia algunos políticos no de cuarta, como de quinta.