Aperitivo 1: “Un europeo le dice a un cubano:
-¿Y qué tal?, ¿cómo andan en Cuba?
-Mira, chico… no nos podemos quejar.
-¡Ah!… ni bien ni mal, entonces.
-No, no… ¡no nos podemos quejar”. Pero les aseguro que sólo pasa en Cuba.
Más que un buzón de quejas necesita el mundo. Nomás nos quejamos pero no hacemos nada, ahí que se chinguen los otros, los vecinos. Que no nos molesten con lloriqueos, que se pongan a trabajar y ya. A rascarse el c… la espalda a otra parte, que no vengan a chingar la madre con sus preocupaciones y carencias y padecimientos. Los lamentos en el cementerio o donde quieran. Además, para eso están las autoridades, para que atiendan las quejas, los reclamos, las peticiones, pues es su obligación. Pero con seguridad que se hacen de la vista gorda, porque el mecanismo institucional del “no pasa nada”, “luego lo vemos y lo arreglamos”, no se detiene, apenas si guarda reposo para dar paso a las promesas y al “ahora sí lo arreglamos”, sólo, plis, voten por…
Creo que ya se la saben. Sólo les recuerdo lo que expresó Marguerite Yourcernar: “Sabía que tanto el bien como el mal son cosas rutinarias, que lo temporal se prolonga, que lo interior se filtra al exterior y que a la larga la máscara se convierte en rostro”. O para decirlo con Batman: todos usamos máscaras.
Hablando de votos, de votar y también de botar la basura, dice Ricardo Raphael que en México nos revienta la corrupción, “es el tema que más nos enoja cuando hablamos del gobierno y los políticos […]. Lo que resulta menos evidente es si estamos dispuestos a utilizar nuestro voto en las urnas para castigar a gobernantes y partidos torcidos […]. Ha de ser consigna ciudadana quejarse menos y actuar más. Es responsabilidad de cada quien que continuemos teniendo gobernantes corruptos y que la impunidad sirva para su infame enriquecimiento”. Más claro ni el agua, aunque en estos tiempos ni agua hay, es decir, ni agua va ni agua viene, o lo que es lo mismo, aguas con el agua, pero ya lo sabemos, nos vale… ¿O no?
Bien sabemos que estamos hartos de tanta basura; además de la basura política y de la basura propagandística electoral –¿es lo mismo?-, de la basura sideral, para no andarnos con cuentos. Y todos tenemos responsabilidad de que el mundo sea un depósito de basura. Bien lo dijo Rafael Chirbes: “A la gente le da todo igual; mientras no le tiren la basura del otro lado de la tapia, ni le llegue el olor de podredumbre a la terraza, se puede hundir el mundo en mierda”.
A propósito de la exposición El voto en México: quiénes y cómo votamos: 1910-2024, una muestra que recoge más de 1.500 piezas de propaganda política en el Museo del Objeto del Objeto (MODO), la reportera Darinka Rodríguez comenta. “Para persuadir a los mexicanos, los aspirantes a un puesto de elección popular echan mano de todo: discursos, fotografías, frases pegajosas, y por supuesto, un sinfín de objetos que muestran, la mayoría de las veces, el nombre de los candidatos y los colores de su partido. En más de un siglo de democracia en el país, se ha visto de todo: bolígrafos, vasos de cristal grabados, platones de latón y otras prendas bordadas con los colores y los emblemas de los partidos”. Hoy hay muchas cosas más y luego todo va a la basura.
Por cierto: “Hoy me toca tirar la basura. ¡Qué emoción! No sé qué ponerme”. Les cuento: Una persona le dice a otra: “¿Por qué es mejor separar la basura?”, a lo que la otra persona le contesta: “Porque la basura unida jamás será vencida”.
Los días y los temas
La entrevista “Kristen Ghodsee, etnógrafa: “Estamos demasiado cansados para tener imaginación”, de Jessica Mouzo no tiene desperdicio, los invito a leerla. Mientras, les comparto una partecita.
“La etnógrafa estadounidense Kristen Ghodsee (Patterson, Nueva Jersey, 53 años). Esta profesora de Estudios de Rusia y Europa del Este en la Universidad de Pensilvania acaba de publicar Utopías Cotidianas. […]
- ¿Nos falta tiempo para pensar futuros alternativos?
- A la mayoría de nosotros, sí. Estamos muy cansados. En la gira internacional de este libro, me ha fascinado mucho el hecho de que sean los mayores de 60 y los menores de 25 los que tienen la mente más abierta. Todos los que están en el medio están demasiado cansados para pensar en ello. Y creo que es porque los jóvenes y las personas mayores tienen tiempo para leer, para soñar despiertos, para imaginar. Para los que estamos en esos años del medio del sándwich es muy duro, es extremadamente difícil encontrar tiempo para sentarse y soñar despierto sobre cómo puedes hacer de tu vida una experiencia mejor. Solo estás intentando sobrevivir día a día. Y eso me parece muy triste. La mayoría de nosotros estamos demasiado cansados para tener imaginación.
- Usted propone un optimismo militante. ¿Cómo nos unimos a eso?
- La esperanza es una emoción, pero también es una capacidad cognitiva: puedes imaginarte a ti mismo en el futuro de una manera que te dé margen para hacer realidad ese futuro. Cuando hablo de optimismo militante, de esperanza radical, no es un cambio de actitud. No es un estado emocional. Es un compromiso político con el futuro. Y la manera de cultivar ese compromiso político es compartiendo con otros la posibilidad de cambio. En cada cosa que haces, tienes que comprometerte políticamente a hacer que el mundo sea como crees que será mejor. Y cuando hablo de optimismo militante, me refiero literalmente a militante; en el sentido de que me niego a permitir que la gente me diga que el mundo es inmutable.
Me niego a permitir que la gente me diga que mi ansiedad, miedo y sentimientos de impotencia individuales no son un problema estructural, que solo son algo malo en mi cerebro y que debo tomar una pastilla para que desaparezca. Se trata de una crisis de salud mental. Mis sentimientos de desesperación son un problema estructural y requieren soluciones estructurales. Así pues, en lugar de ceder a la desesperanza y al miedo, hay que utilizarlos para construir un futuro mejor. Ser optimista militante es un compromiso moral con el futuro: se trata de creer que hoy podemos crear el futuro que queremos ver.” (elpais.com.mx, 02/04/2024).
De cinismo y anexas
“Se acerca un hombre enjuto y bigotudo –muy, pero muy parecido a Nietzsche– a la ventanilla de una estación donde se despachan billetes y dice: “Un billete de ida y eterno retorno”. (Umberto Eco).
Quien entendió, entendió. Hasta la próxima.